La filósofa española María Zambrano, escribió en México uno de sus libros capitales: Filosofía y poesía, que el Fondo de Cultura Económica (FCE) publicó por primera vez en 1939. Sin embargo, sus preguntas, premoniciones y conclusiones lúcidas se mantienen vigentes. Los jóvenes que se acercan a la filosofía y a la creación poética siguen leyéndola en busca de respuestas para su oficio.
Es difícil visitar las ideas y los textos de Zambrano sin entornar los ojos y remitirnos a su historia personal. Estoy convencida de que las condiciones materiales de su exilio y de su ser mujer a inicios del siglo XX atravesaron sus textos y los dotaron de esa singularidad que hoy nos reúne, de ese lenguaje casi llano para dejar claro su pensamiento en medio de oraciones poéticas.
Durante mucho tiempo, yo creí que escribir un libro, como la reproducción de las especies, era algo natural, pero Zambrano lo niega: «Por eso digo nacido, que es lo que para un ser viviente es lo más imposible». A veces, damos por hecho el nacimiento de los seres y la existencia de las cosas, pero, si nos detenemos a pensar en todos los sucesos que deben trazarse para que de la nada surja o subsista lo nacido, llegamos a la verdad implícita en la frase zambraniana.
Para poder estar presentes en este día cada uno de nosotros necesitó: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tararabuelos, 32 Choznos, 64 pentabuelos, 128 hexabuelos, 256 heptabuelos, 512 octabuelos 1,024 nonabuelos 2,048 decabuelos Solamente para las once últimas generaciones, fueron necesarios 4,094 ancestros. Y todas las posibles imposibilidades que esto con lleva.
Y no puedo evitar pensar que este libro en mis manos no hubiese sido posible sin México abriéndole las puertas y dándole trabajo a María Zambrano y a su pareja alentándola a poner sus manuscritos en un cuerpo denominado libro.
El primer capítulo de este libro se publicó en la revista Taller de Octavio Paz, y según el prólogo de la autora de la edición de 1987, lo escribió «por un mandato invisible que se encarnaba (hacer carne, volverse cuerpo) en mi entonces compañero», entonces concluyó que «vale más condescender ante la imposibilidad que andar errante, perdido, en los infiernos de la luz».
Mediante este oxímoron sorpresivo: “los infiernos de la luz”, ella nombra lo no nacido, en este caso, la posibilidad de no haber escrito este libro. Pero la filósofa tuvo que “condescender ante la imposibilidad (dificultad)” que a toda escritora aqueja antes de embarcarse en la tarea de poner por escrito sus ideas y publicarlas con su nombre en letras grandes.
El libro parte de una dicotomía fundamental: «A pesar de que, en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a pesar de que, en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo largo de nuestra cultura».
El libro de Zambrano da cuenta de este enfrentamiento histórico, de la mano de una prosa sencilla para tratarse de un texto de filosofía y lo suficientemente lleno de imágenes para subrayar que se trata de una obra poética.
La visión peyorativa que se tiene del poeta se debe, según la relectura de Platón por Zambrano, a que éste es considerado “inmoral, irresponsable” (página 43). Visión estereotípica que persiste hasta la fecha en la cultura popular que asocia a la o el poeta con la vagancia y casi con Diógenes.
«El poeta jamás ha querido tomar una decisión y, cuando lo ha hecho, ha sido para dejar de ser poeta. Este momento de la decisión, central en la ética, ahuyenta a la poesía», concluye. Como si fuera poco, «el poeta tiene lo que no ha buscado y más que poseer, se siente poseído».
El filósofo Josu Landa explica esta antigua disputa: “Éstas son las bases del rechazo socrático platónico hacia la poesía imitativa. No se trata pues, de la condena y la expulsión de toda poesía, sino de aquélla que ha sostenido el ancien régime que la polis realmente justa habrá de superar” (página 43). La poesía asociada con el poder y los intereses económicos era la que, según Landa, quería desterrar Platón.
Si, a juicio de Landa, recordando a Platón, habrá un momento en que las mujeres y los hombres preferirán la muerte, antes de ser esclavos y, por lo tanto, se necesita una nueva paideía, estas consideraciones están medianamente lejos de las de Zambrano, quien no hace diferencia entre poesía imitativa y liberadora.
Zambrano enaltece el oficio de todas y todos los poetas antiguos y modernos y sigue hablando de la supuesta donación de la materia prima del poema, al que, como ya dijimos, lo denomina unidad encarnada. Su admiración y cariño por la poesía latinoamericana consta en su biografía.
La o el poeta, nos dice la filósofa, opta por «la menospreciada heterogeneidad» y «la abigarrada multiplicidad» (página 19 a la 23), el famoso y coloquial mundanal ruido, contrario al filósofo que busca la unidad del ser en sí mismo. Es decir, el poeta nos habla de todas las cosas desde una visión que “no es lineal ni temporal sino múltiple”.
Durante todo el libro, Zambrano (de quien se dice que gracias al machismo no fue suficientemente reconocida por los académicos e intelectuales mexicanos durante la década de los años treinta); circula por las diferencias y encuentros entre los filósofos y los poetas y entre la filosofía y la poesía. Por ejemplo, para ella, el filósofo desea ser dueño de la palabra y el poeta se considera esclavo de ella (página 42). Diferencia capital, cuya analogía, se me ocurre, sería el amante posesivo o el servicial abnegado.
Si bien, la o él filósofo, según Zambrano, busca con fruición la unidad y, para ello, hasta necesita retirarse física o simbólicamente del mundo, en cambio, el poeta o la poeta tiene acceso a “el poema (que) es ya la unidad no oculta sino presente; la unidad realizada, diríamos encarnada”. Y se obtiene, paradójicamente, por la donación y no por medio de la pesquisa o búsqueda de ella. Es la unidad convertida en artefacto verbal, escrita por un hombre o mujer que no buscan la unidad, pero la encuentran.
Aquí vendría la aclaración que hace Octavio Paz en “El arco y la lira” (1956) que la poesía no es solo lo verbal, sino que constituye la vida, lo inmaterial, lo material, lo imaginario y lo perceptible y que aún las personas no alfabetizadas pueden tener instantes y experiencias poéticas y, lo más importante, que no todo texto poético es un poema.
«La poesía es invulnerable en su descarrío entre lo carnal y lo inaccesible, en su ciega servidumbre» (página 120), afirma la filósofa. El poeta sirve a la poesía misma y es el guardián de la donación dada sin que él o ella la busquen. La donación es el poema.
Y este adjetivo de “inaccesible” endilgado a la poesía se uniría a la opinión aún común que “la poesía no se entiende”. Pero para Zambrano se refiere más bien a lo difícil de encontrar y decir y que solo llega como donación no buscada.
Para Valery, recuerda Zambrano, la poesía es algo ideal, una esencia, unitaria como todas las esencias, y, por tanto, un problema. Pero para ella, la poesía no puede situarse paralelamente al pensamiento, porque habría dejado de ser fiel a sí misma, ni puede pretender encontrarse porque entonces se pierde. (Página 121)
Lo carnal, la abigarrada multiplicidad y la menospreciada heterogeneidad, el poema pues, no es paralelo al pensamiento, pertenecería a otro campo semántico: el de lo inaccesible.
Estamos entonces frente a una sustancia psíquica, un vaciamiento inasible hasta que se convierte en poema.
Para la autora, la poesía requiere más que voluntad, o deliberación, “conciencia” para vivir lo que llama «el martirio de la lucidez» (página 88). El martirio de ver lo que los demás no ven o ignoran.
Así «pertenece la poesía al linaje de ocupaciones humanas que no se llevan a cabo más que por exigencia del destino, por forzosidad inevitable» (Página 93). El ser poeta estaría dado por la misma instancia que opera la donación del poema, se percibe en el texto la idea subrepticia de la destinación en la vocación poética. Alimentando la idea de que una no elige conscientemente ser poeta, sino que la poesía nos elige y nos dota de la capacidad de nombrar lo que Zambrano denomina inaccesible.
En cambio, según el texto, el filósofo esperaba escuchar la voz de un padre que le comparta la idea de la unidad, pero al no obtener respuesta, la busca en sí mismo, en una sucesión de cuestionamientos que lo apartan del mundo —al contrario de los poetas que se entregan a lo mundano—. La filósofa buscaría dentro de sí y la poeta fuera de sí.
Pero el y la poeta “antes que nada y ante todo” son hijo y hermano de la instancia antes mencionada. (Página 101)
Al finalizar el texto, la autora nos da su opinión sobre aquello en que poesía y filosofía se encuentran y que me parece trascendental como aporte que zanja una dualidad y oposición larga y demasiado cultivada: «La poesía no tendría nada que hacer en contra de esta filosofía, suponiendo que la poesía tuviese algo que hacer alguna vez en contra de nada. Muy al contrario, en esta referencia a la unidad íntegra del universo, en este dirigirse abrazando todas las cosas, poesía y filosofía estarían de acuerdo». (Página 113)
Filosofía y poesía, sin duda, es un texto capital para los jóvenes poetas y filósofos para todas aquellas personas que quieran adentrarse en los asuntos más inexplicables de su creación y el estudio de la filosofía; un libro didáctico, de prosa sencilla y suave.
Leer este texto en pleno 2019 es un homenaje personal a la gran María Zambrano, cuya inteligencia y talento brillan por sí mismos, pero también fueron reconocidos por personajes tan disímiles como Octavio Paz y José Lezama Lima.
María Zambrano (Vélez Málaga, 1904- Madrid 1991) es una de las figuras indiscutibles del pensamiento español contemporáneo. Estudió filosofía en Madrid, como discípula de José Ortega y Gasset, del que fue ayudante en la Universidad de Madrid. En 1939, se exilió en México y viajó también a Puerto Rico y Cuba, donde ejerció la docencia en varias universidades. En 1953, regresó a Europa y fijó su residencia en Roma. En 1978, se trasladó a Suiza y, en 1982, regresó a España. En 1988, le fue concedido el Premio Cervantes. Otras obras de la autora: El hombre y lo divino (FCE, 1973); España, sueño y verdad, Claros del bosque, De la aurora, Dos escritos sobre el amor.
Bibliografía
ZAMBRANO, María. Filosofía y poesía, Fondo de Cultura Económica (FCE), Ciudad de México, 1939.
LANDA, Josu, Platón y la poesía, La jaula abierta, México, 2017.
PAZ, Octavio, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica (FCE), Ciudad de México, 1956.