El hidrógeno verde: los peligros de una transición hacia lo mismo

Análisis

Los usos del hidrógeno que no cuestionen el contenido de las “metas climáticas globales” están condenados a profundizar las desigualdades e injusticias del actual sistema corporativo de energía fósil. 

Hasta el momento, el debate en torno al hidrógeno, como fuente alternativa a las energías fósiles, ha estado erróneamente centrado en las cualidades del elemento en sí, y en las cero emisiones de gases de efecto invernadero que tiene su uso. Sin embargo, un análisis más minucioso sobre los sistemas de provisión energética en los que se pretende insertar el hidrógeno, en reemplazo de los hidrocarburos, revela que falta abordar temas críticos para que su uso esté al servicio de una transición energética justa. Las críticas de este comentario apuntan al excesivo foco que las emergentes políticas de hidrógeno ponen en la eficiencia y poco en la suficiencia energética – esto es, en el rol que podría jugar en avanzar hacia un decrecimiento sostenido de la demanda energética mundial. Este objetivo es cada vez más urgente para respetar los límites planetarios.

Primero, algunas consideraciones sobre las condiciones de que este es el momento propicio para el despegue del hidrógeno. Incluso en países considerados especialmente favorables para la generación eléctrica desde fuentes renovables, como Chile, la abundancia energética no es abstracta ni absoluta. Al contrario: las demandas materiales del hidrógeno nos invitan urgentemente a pensar en cómo establecer y respetar límites ecológicos tomando en serio el deteriorado estado de gran parte de las zonas que serían nuevos polos de producción de hidrógeno. El primer conflicto, más evidente en el caso chileno, es la cantidad de agua que requiere sintetizar hidrógeno verde. El planeta entero enfrenta una emergencia hídrica que sólo se acentuará en las próximas décadas. La desalinización, señalada a veces como solución, ofrece a su vez nuevos problemas de impacto en los ecosistemas que siguen sin ser resueltos.

Un vector con una gran huella material

La otra materia prima fundamental para sintetizar hidrógeno verde es la electricidad generada a partir de fuentes renovables. Es un error pensar que la abundancia de radiación solar o vientos fuertes y constantes equivalen a una abundancia de energía. La generación, almacenamiento y transmisión de energía son procesos intensivos en material, que usan no sólo materiales “raros” – como los minerales del grupo platino o el neodimio, sino otros como la arena o la madera, que tienen una huella material significativa, y cuya extracción es una amenaza grave a la biodiversidad. Antes de que se sintetice una molécula de hidrógeno, la infraestructura renovable y su reposición cíclica, debido al inevitable desgaste, ya genera enormes impactos en los territorios donde están las instalaciones – por ejemplo, cuando se construye sobre turberas – y desde donde se extraen materiales supuestamente renovables como la madera de balsa.

Los conflictos energéticos en torno a infraestructuras de energías renovables como las eólicas y solares no son nuevas, y están aumentando aceleradamente en todo el mundo siguiendo patrones similares a los conflictos de fuentes fósiles (Ávila 2018). Malas prácticas incluyen la fragmentación de proyectos – en la que un proyecto de gran envergadura se presenta a los sistemas de evaluación ambiental como varios proyectos más pequeños y por ende de menor impacto –  y el nulo respeto a los derechos de pueblos indígenas al momento de explotar la fuente energética. Su derecho a consulta previa libre e informada está garantizado por el Convenio 169 de la OIT, pero raramente respetado. Estos problemas se reproducen también en las labores de ampliación de las líneas de transmisión energética, como en otros requerimientos logísticos que son fundamentales para hacer viable el negocio del hidrógeno de exportación.

El hidrógeno es también un vector sumamente ineficiente con complejos requerimientos de almacenamiento y transmisión, lo que hace difícil prever que se convierta en una nueva forma de energía fácil de transportar y utilizar como lo fue el petróleo y otros hidrocarburos en el pasado. Debido a la inevitable pérdida de energía que viene de transformar una fuente de energía en otra, las innovaciones tecnológicas podrán mejorar esto sólo limitadamente.

¿Quién marca la hoja de ruta del hidrógeno?

En un sentido más político, las definiciones del hidrógeno están emergiendo desde las necesidades del Norte Global, que busca asegurar su propia salida de los combustibles fósiles. Esto reproduce la posición actual de países como Chile a ser exportadores de materias primas, teniendo que ajustar y pensar sus propias posibilidades de transición energética justa para ser capaces de atender esta demanda. Un primer paso para cambiar la conversación en torno al hidrógeno es abordarlo no como mero reemplazo de los combustibles fósiles, si no como parte de un proceso de decrecimiento del uso de materiales y energía democráticamente manejado del metabolismo social, de forma que garantice la prestación de servicios públicos fundamentales, y no el actual sistema mercantilizado y corporativo de energía.

Por otra parte, el origen poco democrático de las propuestas de instalar grandes industrias nacionales de hidrógeno verde – como pasa en Chile – también prende las alarmas respecto a qué tanto se están considerando criterios de transición justa, como la superación de la pobreza energética y la reducción de las brechas de género. El hidrógeno es un compuesto necesario para distintos procesos industriales, no particularmente útil para solucionar las urgentes brechas de pobreza energética que tanto afectan a los hogares del Sur Global. No está claro cómo la apuesta por el hidrógeno podrá abordar estas injusticias.

También resulta fundamental considerar cómo la planificación para exportar hidrógeno compite con los planes nacionales de descarbonización y cambio en la matriz energética. La estrategia nacional de hidrógeno verde chilena, por ejemplo, considera instalar 300 GW de infraestructura asociada al hidrógeno hasta el año 2050. De esta el 72,7% estaría destinada exclusivamente a exportaciones.  Es indudable que este papel disruptivo del hidrógeno, cuya viabilidad económica depende prácticamente de su exportación a gran escala, está modelando los futuros locales de generación de energía. En efecto, en el escenario de transición más optimista se generaría más electricidad dentro del territorio chileno para producir un bien energético que se consumirá no dentro del país, sino a miles de kilómetros de distancia de las poblaciones que habitan el territorio donde se produce. ¿Cómo afectará esto las decisiones de evaluación ambiental de los proyectos energéticos? Es de esperar que se cree una presión y hostigamiento para que quienes se verán afectados por la irrupción de megaparques eólicos y solares acepten estos proyectos.

Un vector no apto para salir del capitalismo

Entonces ¿por qué apostar por el hidrógeno? El enfoque actual presenta los beneficios del hidrógeno para países del Sur Global como una nueva mercancía de exportación. Más que adaptarse a los cambios infraestructurales a nivel local que ayudarían a abandonar el uso de los combustibles fósiles – avanzando por ejemplo en formas más localizadas y manejadas comunitariamente de generación energética eléctrica y no eléctrica – el principal beneficio del hidrógeno sería la posibilidad de venderlo al exterior y asegurar un flujo de divisas. Es decir: se está pensando la transición energética en su funcionalidad a las estructuras políticas y económicas actuales, sin considerar cómo esto obstruye otras posibilidades de transición.

Del otro lado, los países que quieran importar hidrógeno barato tienen que tomar seriamente en cuenta las potenciales dinámicas extractivistas que podrían perpetuarse, ahora bajo la excusa de servir para transitar a una economía “verde”. De ahí la urgencia de establecer y respetar los límites planetarios y los criterios de suficiencia energética. Esto conlleva pensar holísticamente la amenaza de la debacle climática como sólo uno de los elementos de una crisis socio-ecológica y de biodiversidad. No tiene sentido garantizar un flujo constante de hidrógeno de un lado al otro del planeta si los proyectos energéticos renovables son forzados en las comunidades (que ni siquiera se benefician de ellos), o si se omiten y subestiman los serios impactos ecológicos – por lo demás sinérgicos y acumulativos – que estos ya están teniendo. Todos los pueblos tienen derecho a ejercer su capacidad de decir “no” con dignidad, sin verse forzados a vender el consentimiento a su propia destrucción y desplazamiento al mejor postor.

“Salvar el planeta” no es lo mismo que “salvar la economía capitalista”, y el actual diseño de la futura industria mundial del hidrógeno se acerca más a lo segundo que a lo primero. En suma, como se señala en el informe The Chilean Potential for Exporting Renewable Energy, la exportación de energía en la forma de hidrógeno debe ser considerada un medio para sacar provecho de un amplio potencial de energía renovable y no un fin en sí mismo.