El feminismo no es el machismo al revés ni cualquier otra frase burda que no explica lo complejo de la injusticia entre ambos géneros. Y como me quedó claro al ver el monólogo de Pamela Palenciano “No solo duelen los golpes”, los hombres en este mundo están arriba y las mujeres abajo. La dominación existe aunque queramos decir que “no todos los hombres” pero lo cierto es que “cualquier hombre” puede insultar, acosar y abusar física, psicológica o económicamente de las mujeres.
Hace poco tuve el gusto de coordinar una charla feminista en una escuela de trabajo social en Acapulco, México, y una de las participantes me preguntó: “¿Qué hago si quiero ser feminista?” No estaba preparada para la pregunta, así que la respuesta emergió de mi plexo solar y le dije, sin pensarlo demasiado, que amara a las demás mujeres como si fueran sus hermanas.
Agregué que debíamos dejar de criticar a las otras mujeres, cuestionar su moral sexual y pelear por el afecto de los hombres, en algunos casos, hombres comprometidos. Para empezar.
Esta pregunta no es fútil en un país donde acaban de ocurrir los infames feminicidios de Ingrid y Fátima y hay un promedio de 11 casos a diario.
El único muchacho que me cuestionó, luego de que presentara la historia del feminismo y la vida y obra de algunas filósofas feministas, me dijo que “las mujeres también violan”. Yo le dije que nunca había dicho lo contrario pero que revisara las estadísticas para que se fijara en la proporción en la cuál las mujeres violan y asesinan y en la que lo hacen los hombres. Además los hombres matan, violan, acosan y abusan por una misoginia inducida en un proceso sistémico.
El “argumento” de ese estudiante y otro “argumento” que ha proliferado en las redes sociales de que “no se trata de hombres contra mujeres sino de gente buena contra gente mala” son de un maniqueísmo ciego y de una falta absoluta de profundidad analítica.
La filosofía judía Hannah Arendt explica que el mal es la incapacidad de pensar y que solo el bien puede ser radical, no así el mal.
Como el error conceptual de otra de mis estudiantes que cuestionó a, cito, “su tía feminazi” que publica contenido feminista en sus redes pero que realiza trabajo del hogar para su marido. Un cuestionamiento cruel puesto que ninguna feminista está exenta de sufrir violencia de género, ni mucho menos, las mujeres feministas tenemos el poder de sacudirnos los roles y estereotipos de género de la noche a la mañana.
Las feministas seguimos participando de la condición humana por lo que podemos ser tan incoherentes como cualquiera de nuestra especie. Además, la coherencia esto pienso -esto digo -esto hago es una imposición del Occidente colonial y patriarcal, no de las comunidades prehispánicas. ¿Por qué vamos a exigirle a las feministas una coherencia que no poseen otros seres humanos? ¿Por qué las vigilamos con tanta fruición para ver si se equivocan? ¿Será porque los intereses que tocan son muy poderosos?
Mi hipótesis es que el patriarcado se actualiza y reifica gracias a los usos y costumbres impuestos por la cultura y que todas y todos tenemos responsabilidad en transformar las condiciones sociales actuales pero, gracias a la poeta y pensadora mexicana Karina Vergara Sánchez, me di cuenta de que tampoco podemos diluir la responsabilidad de quiénes son los que ostentan y se lucran y benefician del machismo y del patriarcado.
Vergara Sánchez nos lo explica en su FB: “El patriarcado está encarnado en los hombres que son dueños de la tierra y los bienes del mundo y todos ellos tienen nombres y rostros. Se hace cuerpo en políticos, empresarios, narcos, militares, secuestradores, proxenetas y todos aquellos que sostienen la injusta distribución de la riqueza y todas las formas de injusticia social. Es cada uno de los feminicidas y asesinos de personas empobrecidas, racializadas, de pequeñas y de pequeños. Es cada uno de los que lucran con el dolor de todas nosotras. El patriarcado tiene el rostro, la voz, las manos y los penes de cada uno de los que nos insulta, acosa, nos toca, viola”.
La poeta agrega: “En una línea paralela, el hacer de esos hombres en el patriarcado está sostenido y se mantiene gracias al incansable trabajo de las mujeres ambiciosas de la aprobación masculina que deciden servirles a ellos antes que mirarse en el espejo de un 'nosotras'. Las empresarias, las políticas al servicio del líder del partido, las policías, las militares, las narcotraficantes, las secuestradoras y todas aquellas que mantienen y participan de la injusta distribución de la riqueza y todas las formas de injusticia social. Las académicas y las autoridades religiosas, morales y legales que discursan para justificar/ proteger agresores o para distraernos y/o exigirnos que no les pongamos nombre y rostro. Aquellas mujeres que deciden poner su propio cuerpo y acciones para defender a los denunciados de acoso y/o de violencias. Aquellas que les son leales a ellos por sobre todas las cosas. Las que repiten los ejercicios colonizantes, racistas y extractivistas sobre otras. Aquellas que son esbirras de otras mujeres y hombres en el poder, por el puro placer de servir a la hegemonía y se ocupan de acosar, calumniar, silenciar, acusar de violentas, negar o perseguir a quienes se niegan a servirles a ellos, esbozan cuestionamientos, disienten o deciden hacer las cosas de otra forma. Son todas aquellas que funcionalizan la venta y consumo en las múltiples formas de comercio que hoy existen de los cuerpos, del dolor y de los productos de los cuerpos de las mujeres. Eso, y más, es el patriarcado ejercido por hombres y sostenido por mujeres”.
No todas las mujeres son feministas, ni solamente los hombres son los machistas. Estas son dos verdades evidentes y dolorosas.
¿Cuántas veces una madre, esposa, hermana o familiar ha intentado esconder o justificar el acoso, el acoso, abuso y la violencia de uno de los hombres de su familia o entorno?
¿Cuántas veces una mujer ha fungido como palera o carcelera del patriarcado, infligiendo el poder y la injusticia, condenando a otras mujeres al dolor, la violencia o a la precariedad?
¿Cuántas veces en la adolescencia, fueron otras chicas las que etiquetaron a sus compañeras de gordas, zorras o putas?
¿Cuántas veces las madres no han castrado de su libre albedrío a los hijos varones para controlarlos y poseerlos, consciente o inconscientemente?
¿Cuántas veces las madres no han inculcado a las hijas los usos y costumbres de esclavitud y mansedumbre?
¿Cuántas veces las mujeres de clase alta o clase media han explotado a las trabajadoras del hogar condenándolas a la esclavitud?
¿Cuántas veces una mujer prefirió al hombre comprometido por encima de su amiga?
¿Cuántas veces hemos sido incapaces de cuidar y comprender a la otra y solemos imponerle nuestros consejos, injusticias o recriminaciones?
Muchas veces son las madres las que construyen un pedestal de privilegios para sus hijos varones.
Muchas veces las madres aman a sus hijos varones con ciega mansedumbre e ignoran a sus hijas, sin medir las consecuencias que esto trae.
Y no se trata de juzgar o culpabilizar (judeocristianamente) a las madres o mujeres sino reconocer hasta que punto, en cada una, habita la carcelera del patriarcado, la que lo defiende por sobre el bienestar de otras mujeres. Y, ojo, el que nosotras también actualicemos y reifiquemos el patriarcado no le quita la responsabilidad a los hombres quienes son los que más se lucran y benefician de él.
Explica la filósofa Virginia Moratiel en su libro “Madres. Los clanes matriarcales en la sociedad global” (Ediciones Xorki, Madrid, 2016): “Me refiero a los clanes comandados por una matriarca despótica que utiliza a su conveniencia criterios patriarcales y matriarcales, según se trate de las relaciones exteriores o internas de la familia. Como resultado, promueve el machismo y la misoginia, a la vez que genera la sumisión de los varones en su propio beneficio, para terminar por destruir psicológicamente a los miembros del grupo, conduciéndolos a la infelicidad, cuando no a trastornos mentales y a toda clase de disfunciones”, página 15.
Recuerda: “No está demás recordar que tanto la misoginia de Shopenhauer como la de Nietzsche esconden en la trastienda la figura de madres poderosas, castradoras y absorbentes”, página 20.
“En el imaginario colectivo actual, dominado por mitos que responden a la perspectiva genérica androcéntrica, la palabra 'matriarcado' no describe sino que más bien prescribe, porque hace pensar a muchos en una sociedad que sería el reflejo inverso del patriarcado, donde las mujeres detentarían los recursos y el mando sometiendo a los hombres, generando competencia, injusticia y una violencia semejante a la producida en las sociedades hasta ahora gobernadas por ellos. Algo parecido a lo que ocurre también con el término 'feminismo', que se asimila rápidamente a lo opuesto al machismo, eliminando toda posibilidad de matizaciones. Al final, se ha de reconocer que, tras estos debates lingüísticos, hay agazapadas demasiadas reticencias y -como señaló Peggy Reeves- también mucha misoginia y que, dado que difícilmente nos pondremos todos de acuerdo, ni siquiera vale la pena introducir lo que al final y al cabo no será un cambio de mentalidad sino un mero trueque de palabras”, apunta en la página 25.
El feminismo no es el machismo al revés ni cualquier otra frase burda que no explica lo complejo de la injusticia entre ambos géneros. Y como me quedó claro al ver el monólogo de Pamela Palenciano “No solo duelen los golpes”, los hombres en este mundo están arriba y las mujeres abajo. La dominación existe aunque queramos decir que “no todos los hombres” pero lo cierto es que “cualquier hombre” puede insultar, acosar y abusar física, psicológica o económicamente de las mujeres.
¿Qué es lo primero que debo hacer para ser feminista?, me preguntó la mujer joven y yo dije, sin pensarlo, “amar a las otras mujeres como si fueran tus hermanas”. Desterrar al patriarcado de nuestras vidas cotidianas, de nuestra psique y de nuestros actos; no es fácil pero nos corresponde a todos y a cada una. Sin quitar los rostros y los nombres de quienes detentan el poder. Amiga, date cuenta, ya no le hagamos el trabajo sucio al machismo.