El grisi siknis es una enfermedad conocida por provocar mareos, náuseas; la gente entra en estado de trance, es la enfermedad de la histeria colectiva y de la amnesia, es –dicen– la enfermedad de la catarsis en un contexto de extrema pobreza y desesperanza. La antropóloga Jessica Martínez cree que es una enfermedad más espiritual que física. Es la enfermedad de los miskitos en Nicaragua, es la enfermedad de la que se lee con cierta regularidad en los medios de comunicación nicaragüenses. Pero ésa no es mi historia, no es la historia que escribo, mi historia es otra cosa.
–Vos vas a buscar el grisi siknis y no te vas a encontrar ni con el rostro de un fantasma, como si entraras a Comala. –Me afirma Berman Bans, escritor y sacerdote católico, miembro de la orden de los Frayles Menores Capuchinos.
Bans es párroco de la iglesia San Isidro Labrador –fundada hace más de cien años por los capuchinos– en El Rama, departamento del atlántico sur nicaragüense, a 295 kilómetros de Managua; una parroquia de 81 comunidades. Me dice que para llegar a Waspan –lugar donde se ha dado un nuevo episodio de grisi siknis–, en la Moskitia nicaragüense, son al menos dos días de viaje por tierra desde Managua, que no hay contactos allá, sólo un sacerdote diocesano que no contesta el celular, y que no me recomienda ir sin tener una vía segura para llegar.
Waspan es una comunidad ubicada en la frontera con Honduras, lo único que la separa de la Moskitia hondureña es el río Coco, pero para llegar antes se debe llegar al triángulo minero, así se le llama a esa zona entre los municipios de Bonanza, Rosita, y Siuna, esto aún no es territorio miskito. A un lado del triángulo minero, está la reserva Bosawá, la enorme reserva nacional que ahora se ve amenazada por la deforestación y el tráfico ilegal de madera, una parte de ésta es territorio miskito. Para llegar a Waspan también se puede volar en avioneta desde Managua a Bilwi, y desde allí seguir por tierra, el trayecto se acorta.
El grisi siknis es una enfermedad que sólo parece afectar a los miskitos y a nadie más, y aunque no hay informes médicos oficiales de parte del Ministerio de Salud Nicaragüense, en los periódicos locales se habla de «un brote», aunque no haya datos para respaldar lo que parece más un montaje propagandístico: «se han hecho todas las coordinaciones con el gobierno territorial indígena para atender a los afectados», dijo el 17 de febrero de 2018 al periódico local La Prensa, Rosario Murillo, la compañera, la primera dama, la vice presidenta, la esposa del comandante.
En El Rama, los frayles capuchinos se preparan para recibir a los líderes de las comunidades de su parroquia, 81 comunidades en total, para hablar sobre la agenda del año litúrgico y las visitas de los sacerdotes a las comunidades, a muchas de ellas se llega por río y luego hacia arriba en la montaña. Estas comunidades que dependen de la ganadería y la agricultura para el consumo propio, fueron víctimas de la guerra en los años 80s, años en los que la Contrainsurgencia y el ejército sandinista reclutaban niños para pelear una guerra que se acabaría a principios de los 90s con la llegada de los acuerdos de paz y la caída del Muro de Berlín.
Un frayle capuchino observa la realización de la asamblea anual con los líderes de las 81 comunidades de la Parroquia San Isidro Labrador.
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En Managua, por la noches, tiende a bajar el calor y la ciudad es iluminada por «los árboles de la vida», una adaptación metálica de la obra de 1909 del austríaco Gustav Klimt. El costo aproximado en gasto energético anual sólo en 2014 fue de 20 millones de córdobas (641,643.63 dólares), entonces eran 94, ahora superan los 140 árboles, en un país donde el salario mínimo más bajo ronda los 3,773.82 córdobas mensuales (121.07 dólares) y el más alto ronda los 8,445.44 córdobas mensuales (270.95 dólares), donde el alquiler más incipiente puede rondar los 3 mil córdobas (96.25 dólares). Las cifras de desigualdad social se pueden llegar a manejar en una zona gris, si bien se ha publicado un informe de la CEPAL en 2018 titulado «Nicaragua: evolución de la pobreza multidimensional, 2001-2009», la cifras quedan bastante lejanas del momento actual en el que se encuentra el país, tan lejanas que no nos sirven para entender. Que Nicaragua es un país con el poder de arrojar cifras tan espantosas como el gusto arquitectónico de la Compañera, definitivamente es algo a valorar. En 2016 Nicaragua quedó ubicado en el puesto 124 del índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, un informe en el que Nicaragua únicamente aparece mencionada tres veces.
Managua está llena de monumentos, la mayoría es una visión kitsch de un urbanismo tercermundista que ahoga a los más pobres. Por las noches, en Managua, los jóvenes se emborrachan de lunes a domingo entre malos cantantes que interpretan, casi al unísono, «La María» de los simbólicos Mejía Godoy, y borrachos pasean ante la mirada atenta de un Salvador Allende de concreto y un Hugo Chávez metálico y electrificado.
En el resto del país, esa idea de urbanidad y desarrollo de la Managua que apela a la nostalgia y a la reverencia de los símbolos latinoamericanos, parece diluirse, el país parece ser otra cosa: una enorme finca de ganado, excepto las playas de San Juan del Sur que están siempre abiertas para los mochileros extranjeros que vienen a dejar sus dólares por algo de surf y algo para esnifar.
Un niño viaja subido en lo más alto de un camión que transporta ganado desde las comunidades entre Wapí y El Rama centro.
En El Rama –una de esas comunidades rurales– inauguran el proyecto de pavimentación de una carretera de 30 kilómetros que hasta ahora ha dado grandes problemas de comunicación para los pobladores que la usan, recorrerla puede tardar 2 horas y media, y la usan para transportar leche y ganado para el matadero. Hasta aquí llega el General en condición de retiro, Óscar Mojica, en su calidad de Ministro del Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI), para dar inicio a la construcción del proyecto. «Vengo en representación de nuestro comandante Daniel Ortega y de la compañera Rosario Murillo», dijo luego de cantar el himno nacional con la mirada solemne y firme en la bandera nacional y la del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN).
Para Mojica, esta carretera ayudará al desarrollo económico de las comunidades de El Rama, ayudará a que la leche llegue fresca a la fábrica pasteurizadora, a mejorar las condiciones de transporte del ganado. En su discurso, el General Mojica –emocionado– dijo que gracias a la pavimentación de la carretera que comunica a las comunidades entre Wapí y el casco urbano de El Rama, saldrán los nuevos Daríos de la Nicaragua sandinista del siglo XXI.
En Calderón, una de las aldeas de El Rama, por donde atravesará la carretera pavimentada, vive Roberto. Cuando le pregunté a Roberto qué pensaba sobre la construcción de la carretera pavimentada que conecta a la comunidad de Wapí y el incipiente casco urbano de El Rama me contestó que le parecía tuanis, con el mejor acento del caribe sur nicaragüense. Roberto, de 18 años, es el cuarto de siete hermanos, de un matrimonio que se desintegró cuando él tenía ocho, fue el único que decidió irse con su padre tras la separación, y jamás se arrepintió de haber tomado esa decisión. Desde los 16, Roberto ha deambulado entre las fincas de ganado de El Rama, otras veces en casa de amigos, porque la convivencia con su padre y su nueva compañera se le hizo insoportable. «Pulseó», vivió solo, y vio que podía, por eso se fue de su casa y no volvió más. No tiene mayores pertenencias que su ropa, porque tener pertenencias implica asentarse, y él no tiene claro aún dónde va a vivir la semana próxima.
Lleva una cicatriz en el centro de su cuello, pegado a la clavícula: una vaca recién parida se le abalanzó cuando intentaba acercarle el ternero para que se le pegara a la ubre. Pero a pesar de ello, trabajar con animales es lo que él quiere hacer toda su vida.
–¿Te gustaría tener tu propia finca algún día?
–Claro, pero seguro que nunca voy a poder tenerla.
–¿Por qué?
–Porque los precios de la tierra ahora son muy elevados.
Roberto, de 18 años, ha dejado su trabajo en una de las fincas de ganado para poder engancharse a los trabajos de construcción de la nueva carretera pavimentada.
Roberto se detiene en los pequeños detalles, en explicarme con paciencia cómo es trabajar con el ganado aunque desde mis ojos intente decirle que yo no entiendo mucho de todo aquello que lo apasiona con profunda alegría. Y aunque hace tres días abandonó su trabajo en una de esas fincas para intentar engancharse en los trabajos de construcción de la carretera pavimentada, lo que de verdad le interesa a él es criar ganado, ni siquiera se nota tan entusiasmado cuando me habla del precio en el mercado de un animal para corte o de la leche, como lo hace cuando me habla de qué se necesita para que el ganado tenga las condiciones necesarias para que engorde y sean animales sanos.
Roberto nació en Wilson, y me cuenta que es una comunidad que ahora está invadida por el avance de la palma africana. Según cifras publicadas por el gobierno sandinista en sus portales web «El 19 Digital» y el portal de la Comisión Nacional de Zonas Francas, al menos 6 empresas explotan palma africana en el atlántico sur nicaragüense. Sólo Wapí Industrial –en el noroeste de El Rama, y en operaciones desde 2012– cultiva 6 mil 200 manzanas de palma africana. Le llaman «el oro verde del Caribe nicaragüense».
Plantación de palma africana en la carretera entre Managua y El Rama.
Desde hace tres meses que Roberto vive en Calderón, donde se ha inscrito en la escuela para adultos, porque no sabe leer y escribir, porque nunca su padre se interesó porque él estudiara, porque ahora –me dice– puede hacerlo por su cuenta y optar a mejores condiciones de vida si logra sacar los estudios mínimos.
Quizá Roberto nunca sea uno de esos Daríos con los que parece soñar el Ministro de Transporte e Infraestructura del gobierno sandinista, quizá Roberto ni siquiera se entere nunca quién era Darío, quizá nunca tenga la finca con la que a él se le ponen vidriosos los ojos cuando la sueña entre las palabras fáciles que sostiene con una sonrisa. Quizá Mojica nunca sepa de él.
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–Somos una generación de gente bastante frustrada– asegura María, una joven de 23 años, filósofa por la Universidad de Centro América (UCA), en medio del bullicio de un grupo de extranjeros que balbucean en inglés dentro de un café en Granada.
Para María, los jóvenes de su generación viven con la sensación de que el sistema de gobierno en su país se ha convertido en un monstruo. No se puede protestar, nadie puede tomarse una calle para denunciar las desigualdades con las que se vive en Nicaragua –me dice– porque eventualmente los cordones de seguridad de la policía y el ejército sandinista vendrán para reprimirles y meterles al Chipote, una cárcel antigua de tortura para presos políticos en tiempos de Somoza. En Chipote durante 2012 los sandinistas encarcelaron al movimiento del Ocupa INSS.
El Ocupa INSS fue grupo de estudiantes universitarios que durante tres días apoyaron a las personas mayores que protestaban por la reivindicación de la pensión reducida en el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) –personas mayores, de entre 60 u 80 años– fueron violentados el último día por un grupo paramilitar, quienes llegaron a eso de la media noche para intimidar y golpearles, todo esto, narra María, realizado ante la mirada atenta de la Policía Nacional, que lejos de contener a los paramilitares, empujaban a los jóvenes para que fuesen golpeados por ellos. En esta acción les robaron cámaras, un auto, dinero, incluso llegaron a lanzarles ácido. «Algunas jóvenes huyeron asustadas creyendo que serían abusadas sexualmente por los paramilitares», afirma María.
–Los conocemos, sabemos cómo operan, ya los hemos visto en varias manifestaciones. –Dice María, sobre la forma en la que intervienen estos grupos.
En 2015, los paramilitares de los que habla María, vestidos de civil, encapuchados, y portando banderas del FSLN, volvieron a actuar para reprimir una movilización de campesinos que había llegado a Managua, que había llegado sólo después de haber superado a los militares en sus comunidades y a lo largo de la carretera hacia la capital, llegaron para protestar contra la construcción del Canal Interoceánico –que sigue sin construirse–.
Managua ha cambiado mucho desde los días de infancia del capuchino Bans, crecido en los barrios orientales de Managua, barrios donde no es difícil encontrar chicos con pinta de mareros, con tatuajes, rapados y sin camisetas. Barrios donde otros niños, y no estos que juegan a verse rudos, tiraban bombas al ejército de la guardia somocista. En estos barrios orientales de la Managua de la guerra otros niños murieron atrincherados en un enfrentamiento con este mismo ejército: Leonel Rugama, Mauricio Hernández, y Roger Núñez, asesinados el 19 de enero de 1979, tienen un monumento. En ese mismo lugar, en una pared del cementerio de los barrios orientales, hay un mural con el rostro de Rugama.
Berman Bans cree que estos son grupos de choque de las juventudes sandinistas. Según él, fueron los mismos que golpearon y asaltaron a los estudiantes que apoyaban al Ocupa INSS y fueron los mismos que actuaron el 7 de febrero de 2018 para linchar en redes sociales a Valery Moraga, una joven nicaragüense que denunció el acoso sexual sufrido por un CPF –o Cuerpo de Protección Física–, ese guardia que estaba allí para protegerla la acosa, la chica lo graba, y le reclama el acoso, le dice que su trabajo es cuidar y no decir «adiós» con segundas intenciones, sube el video desde su perfil en facebook. Las redes colapsaron, los nicaragüenses la llamaron «Lady Adiós» y luego de burlarse de ella también la amenazaron de muerte, tuvieron ella y su madre que ir a pedir disculpas públicas a un medio de comunicación.
Mientras la anestesia social en internet hacía efecto, la Asamblea Nacional aprobaba tres decretos en los que aumentaba el Impuesto al Valor Agregado (IVA), eliminaba el subsidio a la energía eléctrica, y reformaba la ley electoral que garantiza impunidad a Roberto Rivas Reyes, Magistrado del Consejo Supremo Electoral (CSE), cuestionado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por actos de corrupción a principios de noviembre de 2017. Rivas Reyes enfrenta un serio cuestionamiento por sus funciones en el CSE, ha sido incluido en la lista de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) y sancionado bajo la Ley Global Magnistsky.
«Roberto Rivas debería presentar su renuncia», concluye el editorial del lunes 19 de febrero de 2018 de El Nuevo Diario. En una encuesta de CID Gallup y publicada por El Nuevo Diario se afirma que Rivas Reyes cuenta con un índice de aprobación de apenas el 22%, pero a pesar de ello, el gobierno de Ortega considera que debe continuar en su cargo.
–El sandinismo es una ideología configurada por un grupo de personas que creyeron en un proyecto de nación en algún momento, pienso que de alguna forma, el Frente Sandinista, como tal, como partido está vaciado de contenido –dice María.
María cree que el FSLN ha perdido aquellas premisas con las que surgió, que Daniel Ortega no representa el sandinismo. Ortega –continúa– ha querido absorber lo simbólico del sandinismo. Quizá prueba de ello sea que Managua, lejos de responder a un proyecto arquitectónico de ciudad, es lo más parecido a un museo cursi de la revolución latinoamericana, con estatuas de Sandino, réplicas de su casa y un chico que te cuenta la historia en al menos 15 fotografías por 5 córdobas (0.16 de dólar).
En el bulevar Bólivar ahora «De Bólivar a Chávez» de Managua un monumento electrificado a Hugo Chávez rodeado de más árboles de la vida.
–¿Cómo es vivir como mujer joven en Nicaragua?
–Agotador, frustrante, es horrible. Número uno: acoso callejero, todos los días, a toda hora, en todo momento. El miedo constante de saber que vas de tu trabajo o de la universidad a tu casa en la noche, agarrás la ruta, y probablemente o te acosen o te roben, incluso el miedo a ser abusada, o violentada en las calles. Luego sufrir violencia en tus propios espacios, la familia o con las amistades.
Nicaragua es un país que sólo en 2017 reportó 51 femicidios, según el Observatorio de Violencia de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD). En dos semanas de mi estadía, dos casos estremecieron al país y pusieron en evidencia la fragilidad en la que viven las mujeres de todas las edades: el primero sucedió en Estelí, una niña violada, torturada, asesinada y mutilada, antes de ser amarrada a piedras con un alambre de púas y lanzada a un pozo de agua, su familia no sabía nada de ella desde el 24 de noviembre. El segundo en el sector VII de Managua, donde al menos dos hombres interceptaron a una adolescente, la sedaron y la violaron para dejarla tirada, desorientada y apuñalada en un costado. Queda claro el odio de algunos hombres nicaragüenses hacia las mujeres, quienes ante la mínima protesta son reprimidas con gases lacrimógenos por parte de la Policía y el Ejército sandinista, y así, una revolución que prometía una Nicaragua libre parece haberse perdido en alguna parte del camino de ascenso que hicieron los Ortega Murillo.
Más allá de entender que Nicaragua es un país violento y gobernado por la familia Pellas –dueños del imperio Flor de Caña– y la familia Ortega Murillo, este país se muere de hambre y su juventud parece estar padeciendo un hundimiento anímico profundo, estos jóvenes –que tanto en las áreas rurales como en las ciudades– no quiere saber de guerras y muerte.
En el triángulo norte (Guatemala, El Salvador y Honduras), los femicidios disparan cifras que se convierten en la radiografía de una situación de fragilidad para las mujeres en la región centroamericana. Sólo en Honduras se reportaron –según la CEPAL– 466 femicidios en 2016, seguido de los 371 femicidios reportados en El Salvador, y los 211 femicidios en Guatemala.
Una vendedora de frutas y verduras en el interior del Mercado Oriental de la ciudad de Managua.
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Atorados en el tráfico de Managua, Adán Gozález, un taxista de unos 40 años, me explica –luego de lanzarle, según él, un piropo a una chica que pasó a un costado del auto en la acera frente a la UCA– que sólo en Managua circulan al menos unos 12,665 taxis, todos regulados por el Instituto Regulador del Transporte Municipal de Managua, IRTRAMMA. Que existen al menos unos 2 mil buses interlocales con sus 8 terminales.
La gasolina regular, la gasolina que usa su taxi, cuesta 30.89 córdobas (0.99 de dólar), y sólo tiene permiso para trabajar en el día, otros lo harán sólo durante la noche.
En mi primer día en Managua, Mario Mairena, otro taxista en el punto de la UCA me llevó a un par de cuadras y por eso le pagué 100 córdobas (3,21 dólares), la estafa hecha, y el cliente despidiéndose feliz sin saber que ha sido estafado hasta el día siguiente. Pero Adán me cobra luego 50 córdobas (1.60 dólares) por un tramo más largo.
Para don José, otro taxista de Managua, el salario mínimo para los nicaragüenses debería rondar los 14 mil córdobas (449.15 dólares), pero no es así. En Nicaragua el salario mínimo más alto apenas supera los 8 mil córdobas (256.66 dólares). Según don José –que ya es un señor mayor– esto es responsabilidad del gobierno de Ortega que ha pactado con las empresas chinas que a cambio de la generación de empleo el gobierno no las regula, entonces las violaciones a los derechos humanos de los trabajadores parece ser una carretera mejor asfaltada que las que ha construido el MTI por toda Nicaragua.
–Tengo a toda mi familia en Costa Rica.
–¿Y eso por qué?
–Porque se fueron buscando mejores condiciones de vida, allá se paga mejor que acá, allá está mi papa y mi hijo.
–¿Y usted por qué no se fue?
–Porque nos acabábamos de conocer con la mujer.
–Entonces usted se quedó por amor.
–Sí… fue por amor.
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–El éxito y la fortaleza de esta institución radica en el vínculo con la comunidad. –Me dice el Comisionado Mayor de la Policía Nacional nicaragüense en El Rama.
Al Comisionado Mayor Castro me le acerco para pedirle una entrevista, mientras intenta estrechar todas las manos que se le juntan en medio de la inauguración de la nueva carretera entre Wapí y El Rama centro.
Más tarde el Comisionado Mayor dio un discurso a sus subalternos, quienes escuchaban con rostros solemnes, rostros de parecer prestar atención, las bondades del nuevo futuro que la carretera pavimentada traerá a El Rama. Más tarde me recibió, sólo después de que el alcalde de El Rama se negara a darme una entrevista argumentando que necesitaba pedir permiso y que para eso también necesitaba que yo le pasara por escrito las preguntas de la entrevista. Algunas personas en Managua dicen que ningún funcionario público da entrevistas a un medio extranjero o nacional sin que Rosario Murillo lo sepa y lo autorice.
El Comisionado Mayor Castro comienza diciéndome que en toda Nicaragua el trabajo de la policía es garantizar la seguridad ciudadana de las familias nicaragüenses. Que la policía nicaragüense –dice el Comisionado Mayor– funciona como un sistema único, con un mando único. Dentro de las sub unidades de la Policía Nacional de Nicaragua está la Unidad de Seguridad Pública, la responsable de emitir permisos de operación a los negocios, entre estos negocios, en El Rama, a las cantinas.
Que la policía realiza muchas actividades de salvamento, y simulacros de salvamento, que existe un vínculo estrecho con la población civil. Que la comunidad hace suya a la policía y la policía hace suya a la comunidad. Que gracias a esto en El Rama y en toda Nicaragua se goza de un clima de alta seguridad, Castro, me pinta un panorama hermoso, podría ser ilustrador para las portadas de la Atalaya, si acaso no estuviéramos hablando de la Nicaragua de los 51 femicidios de 2017.
–¿Cuáles son los casos más comunes de violencia que asisten? –Le pregunto.
–La seguridad que se goza en este departamento es altamente positiva, y por eso es muy poco la ocurrencia delictiva. –Me responde, Castro, seguro de sus palabras.
El delito más común en El Rama es el robo de ganado, que ronda las 5 denuncias diarias, y uno que otro caso de agresiones. No especifica qué tipo de agresiones, porque Castro es ambiguo a la hora de responder sobre algo en concreto. En El Rama como en el resto de Nicaragua, asegura Castro, no existen pandillas ni crimen organizado.
Castro se pone esquivo cuando le pregunto dónde estuvo antes de ser asignado a El Rama, y si existe mucha diferencia entre su asignación anterior y ésta. Le pregunto por la cantidad de postas policiales, la cantidad de suboficinas que dependan de su oficina central, y vuelve a enumerar las subunidades: tránsito, seguridad pública, dirección de armas, dirección de drogas, dirección de fuerzas especiales… pero lo corto, le digo que ésas son subunidades, y yo pregunto por las subestaciones, entonces me dice que es una por municipio o comunidad.
Entre el casco urbano de El Rama y Wapí –lugar desde donde se inauguró la construcción de la carretera pavimentada– se observan únicamente dos centros educativos de primaria. Debido a que ninguna otra autoridad me atiende, ni siquiera el alcalde, entonces decido preguntarle al Comisionado Mayor Castro por las declaraciones del Ministro, el General Mojica, de que gracias a esa carretera desde allí saldrán los nuevos Daríos de la Nicaragua del siglo 21. Castro se molesta, dice que no está autorizado a hablar al respecto, que ésas son declaraciones del Ministro, que no opinará.
El Comisionado Mayor Castro, de la Policía Nacional de Nicaragua en El Rama, es saludado por uno de sus subalternos durante un acto de formación en la estación central de la policía de El Rama.
Insisto, me dice que no quiere hablar del tema. Entonces le digo que algunas personas de la comunidad me han dicho que en El Rama existen al menos 56 cantinas oficiales, y a eso habría que sumarles las clandestinas, y una sola biblioteca, qué cómo es eso posible.
–Hacé el stop, ya no te contesto. –Me dice, y entonces apago la grabadora. A partir de este momento hablamos off the record, hablamos para nosotros, y Castro me manifiesta su descontento.
Su rostro cambia, y pasa de ser el policía amable y accesible, que aparenta no tener la necesidad de pedir permiso para hablar con la prensa a ser más un tipo retraído y mal encarado, que ve cada tanto a su teléfono celular, para luego decirme que está confundido, que él creyó que la entrevista era sobre otra cosa. Yo le explico que mi deber es preguntar, se queda callado por un momento. Entonces le digo que él es la única autoridad que ha decidido atenderme, que por eso se lo pregunto, sino a quién. Me pide que me vaya, que ya no hablará más conmigo.
Las cantinas en El Rama, para funcionar deben sacar un permiso de operación, ese permiso lo extiende la unidad de Seguridad Pública de la Policía Nacional de Nicaragua, es decir, que en El Rama, es Castro quien autoriza esos permisos.
Para el sacerdote Bans, esto genera un enorme peligro, las cantinas no sólo son cantinas, El Rama es un puerto y éstas son además burdeles –me dice–. Pero el párroco dice que no puede llevarme a conocerlas, que eso se vería mal si ven entrar a una cantina al cura de la comunidad con un extranjero, «lo entiendo» le digo, y ambos nos quedamos callados.
Un niño observa mientras los actos de inauguración de la carretera pavimentada en El Rama terminan.
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–¿Alguna vez usted ha ido a ver jugar la selección de beisbol?
–No.
–¿Alguna vez ha ido al cine?
–No, jamás.
En la comunidad de San Marcos de El Rama vive Mario, un obrero de la palma africana para la Wapí Industrial, una empresa que espera invertir –según la Comisión Nacional de Zonas Francas– al menos unos 12 millones de dólares en la construcción de su planta extractora en 2018. Mario labora aquí desde hace año y medio, gana unos 120 córdobas diarios (3.85 dólares), unos 3 mil 600 córdobas mensuales (115.5 dólares), por sus labores de corte de la fruta de palma africana. Mario jamás ha ido a ver jugar a la selección de beisbol nicaragüense. Mario jamás ha ido al cine, porque una entrada al cine puede llegar a costar 200 córdobas (6.42 dólares), porque en su comunidad las personas como Mario ni siquiera pueden imaginar cómo es un cine ubicado en un centro comercial a muchos kilómetros de su hogar.
Los 3 mil 600 córdobas al mes (115.5 dólares) que gana Mario sólo son posibles si logra llegar a las metas de corte diario que la empresa ha establecido, de lo contrario, lo que gana es otra cosa, completamente distinto, gana lo que haya hecho aunque haya trabajado la jornada completa que comienza a las 4 de la mañana, cada día.
Cuenta Mario que las empresas como Wapí Industrial no tienen regulación laboral, lo que les da carta libre para que paguen a los trabajadores según les parezca mejor. El Grupo E Chamorro invirtió 38 millones de dólares en la primera etapa del proyecto Wapí Industrial y cuando terminé en 2018 la construcción de su planta extractora, que significará 12 millones de dólares adicionales, la inversión del Grupo E Chamorro en su proyecto Wapí Industrial será de 50 millones de dólares.
Si un obrero completa la jornada con niveles de producción dentro de los estándares de la empresa entonces gana el jornal completo, de lo contrario, no. Esto, me dice Mario, se debe a que nadie regula las condiciones contractuales entre trabajadores y empresa.
El acceso a salud es mínimo, su salario es mínimo, lo que sería un eufemismo por querer decir que es poco, escurridizo, sus posibilidades son escasas. Su esposa y sus dos hijas son su familia, en su casa, cada miembro depende de él, por lo que Mario no puede permitirse no cumplir los niveles de producción y afectar el ingreso familiar, no puede incluso permitirse estar enfermo. No puede tantas cosas que ni siquiera se pregunta por ellas, no las cuestiona, no las imagina, no tiene tiempo para pensar en todo lo que no tiene, pero está consciente que lo que gana es nada.
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Berman Bans durante la eucaristía en la iglesia central de El Rama, Bans es el párroco de la Parroquia San Isidro Labrador, una parroquia con 81 comunidades, la más grande de la región del atlántico sur de Nicaragua.
Berman tiene un poco más de dos años de estar en la Parroquia San Isidro Labrador, en este tiempo, una de sus preocupaciones como sacerdote ha sido encontrar aquellos hilos que conduzcan a la sanación espiritual de los feligreses de su parroquia: la sanación de las heridas post guerra.
La post guerra en Nicaragua ha dejado un camino de desolación y pobreza extrema en las áreas rurales como El Rama que no encontró solución ni en los gobiernos liberales ni en los gobiernos sandinistas, Bans atribuye esto a la manera en la que se distribuye la riqueza, a la forma en la que intervienen las transnacionales en el país, sin dudar, cree que esto abona como causas significativas a las condiciones adversas en las que viven las comunidades de su parroquia pero esto también es una generalidad en la que se encuentra sumergida toda Nicaragua. Una Nicaragua entristecida en la que algunos deciden emigrar a Costa Rica, otros, si lograron sacar estudios universitarios, optan por becas de estudio como forma de huir de un territorio deprimido.
–Aquí te quedás un fin de semana y parece un capítulo de The Walking Dead con todos los borrachines que andan en la calle como zombies.
Bans narra su historia y la de su parroquia desde la preocupación, narra desde la observación, en un país que no arroja cifras oficiales claras por ninguna situación, lo que queda es especular. En El Rama se especula sobre la cantidad de cantinas, se especula que funcionan como lugares donde la prostitución tiene luz verde, se especula las razones por las que es tan alarmante el incremento evidente del alcoholismo en las calles. En Managua parece ser igual, se puede ver a simple vista bares y cantinas abarrotados, el bullicio y la desorientación, caminar en una noche calurosa de Managua es caminar también para observar a los jóvenes entre la cerveza y un playlist de la revolución, iluminados sus rostros por los árboles de la vida. En el portal centralamericadata.com una gráfica sobre la importación de bebidas alcohólicas en la región indica que entre los meses de enero y septiembre de 2016 las importaciones nicaragüenses en bebidas alcohólicas fueron de 8,79 millones de dólares, estos datos pueden verse a ligera, insignificantes ante los 50,01 millones de dólares de importaciones guatemaltecas o los 26,10 millones de dólares de importaciones hondureñas. Parece que somos una región que necesita ir a la doble A con urgencia.
–¿Es feliz la gente de tu parroquia?
–Creo que allí hay que ver qué concepto de felicidad tenemos, yo creo que la felicidad no existe en el sentido como que fuera un estado, algo estático, yo no creo en esa felicidad, en eso soy más discípulo de Schopenhauer o Ciorán. No creo en la felicidad que nos ha metido el sistema estandarizado de una especie de golpe emocional. Alguien decía por allí, creo que Herman Hesse, de que la felicidad era una forma de ir caminando, en ese tipo de felicidad sí creo, y si podríamos tomar eso como premisa yo podría decir que mis feligreses son felices en ciertos momentos del camino pero son tremendamente infelices en otro tramo largo del camino.
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Cada año es una oportunidad nueva para que Daniel Ortega se muera, me dice una joven en un bar de Managua. Todos los años ésa es la noticia que los jóvenes esperan sea confirmada, como si Nicaragua haya sido escrita por Rulfo, como si al morir el patriarca nicaragüense se escribiera el final de su historia.
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