La justicia de género, la democracia y la sostenibilidad socio-ecológica están inextricablemente unidas tanto en la política como en la economía. Barbara Unmüßig lleva muchos años promoviendo alternativas sostenibles y de justicia de género frente a los modelos económicos actuales. Pero, al margen de cualquier noción de las mujeres como víctimas o, de algún modo, como "más cercanas a la naturaleza": ¿cuáles son exactamente los vínculos aquí? ¿Cómo deberían ser hoy las políticas ecológicas que integren la justicia medioambiental y la justicia de género? Barbara Unmüßig, ex-presidenta de la Fundación Heinrich Böll, describe sus experiencias y ofrece algunas recomendaciones para quienes son responsables de las políticas en esta entrevista con Birte Rodenberg.
La primera conferencia de la ONU sobre el medioambiente tuvo lugar hace 50 años, en 1972. La Cumbre de la Tierra de la ONU en Río de Janeiro en 1992 fue mucho más significativa desde el punto de vista feminista. En la Conferencia Río+20 de 2012, usted defendió que la sostenibilidad, la justicia medioambiental y la justicia de género están interrelacionadas y deben avanzar juntas. ¿Cuáles son exactamente las conexiones entre la justicia medioambiental y la justicia de género según su experiencia? ¿Y cómo fueron los primeros debates?
Barbara Unmüßig: No cabe duda de que he sido fuertemente influenciada por los estrechos vínculos que las mujeres vienen mostrando, desde los años 80, entre la destrucción del medioambiente y el funcionamiento de nuestra economía. ¿Por qué estamos destruyendo la naturaleza? En relación con estos debates, también me fijé en la teoría y en los conceptos ecofeministas porque quería algo más que los argumentos "estándar" de que las mujeres se ven afectadas de forma desproporcionada por los desastres medioambientales. Me interesaba, por una parte, una perspectiva de género sobre la relación entre los seres humanos y la naturaleza, y, por otra parte, nuestra teoría y práctica de la economía: ¿qué es realmente inherente al modo de producción capitalista? Por ejemplo, que externaliza los costes y los traslada a los seres humanos y a la naturaleza. Esta externalización crea una brecha salarial de género y empleos inseguros para las mujeres en todo el mundo, y conduce especialmente al trabajo de cuidados no remunerado. Esto no sólo produce injusticia social, sino también injusticia de género. Por ello, nuestro modo de producción tiene un efecto importante en el medioambiente global. Explotamos el medioambiente y lo dañamos de formas irreversibles. Las catástrofes climáticas y la pérdida de biodiversidad son los signos más visibles de un modelo de producción que se ha descarrilado.
Mi pregunta, tanto en ese entonces como ahora, es si las mujeres pueden convertir su perspectiva feminista y su mirada crítica sobre el poder en nuevas perspectivas teóricas y en diferentes enfoques de la economía que no consuman tanto la naturaleza ni destruyan el medioambiente. Nunca formé parte de las fuertes redes de mujeres en torno a la Cumbre de la Tierra de Río en 1992. Pero sabía lo que estaban discutiendo: las críticas feministas al modelo de crecimiento y a la ilusión de que las soluciones tecnológicas pueden resolver todos los problemas. Siempre me llamó la atención el hecho de que las ONG de mujeres se ocuparan mucho más intensamente que las ONG de medioambiente de las cuestiones de suficiencia, es decir, del enfoque "menos es mejor".
También fue esencial y novedoso incorporar a las mujeres en las negociaciones a escala global. Las redes de mujeres lo aprovecharon muy bien en la cumbre de Río. Se debatieron enfoques basados en la ley, como la reivindicación de los derechos sobre el agua y la tierra, entre otros, con un fuerte énfasis en la justicia de género. Pero el impulso no pudo mantenerse en los años posteriores a Río. Las redes de mujeres se retiraron de los asuntos medioambientales y de sostenibilidad y volvieron a centrarse en los temas clásicos: derechos de la mujer, derechos reproductivos, igualdad. En la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Johannesburgo y en Río+20, solo unas pocas mujeres activistas seguían estableciendo vínculos entre la justicia medioambiental y la de género.
¿Qué papel juega aquí la "economía verde", tan promocionada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente de 2012? ¿Y por qué es tan difícil ver la dimensión social en muchos enfoques y soluciones en la actualidad?
Creo que hemos dado con una cuestión clave que ha atravesado los debates medioambientales desde el Club de Roma hasta la actualidad. En los años 90, y hasta bien entrada la década de 2000, los debates sobre el medioambiente pasaron de examinar críticamente los modelos de producción a apostar por las soluciones tecnológicas. La pregunta correcta –la eficiencia y su potencial– se enmarcó con demasiada frecuencia en términos puramente tecnológicos. La idea de que la tecnología por sí sola puede sacarnos de la crisis medioambiental prevalece hasta hoy.
En 2012 quedó claro, rápidamente, que la economía verde también se basa en gran medida en la tecnología. El programa de Economía Verde de la ONU apenas mencionaba la dimensión social o una perspectiva asociada y diferenciada de género. Los esfuerzos por desarrollar nuevos modelos económicos no consideraron en absoluto el trabajo de cuidados. En cambio, las soluciones previstas contribuyeron a impulsar una enorme valorización monetaria de la naturaleza. Adopté una postura muy crítica al respecto en las discusiones públicas y en los debates políticos. Con un éxito desigual, diría hoy.
A pesar de que la propia definición de sostenibilidad incorpora tanto la dimensión social como la medioambiental y la económica, los debates sobre cuestiones medioambientales siempre –¡siempre!– han dejado de lado la dimensión social. Nunca han examinado realmente cuándo y por qué las crisis medioambientales afectan a las personas de forma diferente. Incluso los parques eólicos desplazan a las poblaciones locales, a menudo sin ningún tipo de compensación. El aumento de los precios también puede exacerbar las desigualdades sociales si no se toman medidas para contrarrestarlo.
Así que no me sorprende que se espere de nuevo que las mujeres cuiden de la naturaleza y la limpien, mientras que la política medioambiental y climática no se formula realmente en términos diferenciados de género. Esa debería haber sido la tarea tras la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín en 1995, es decir, aplicar una fuerte perspectiva de género a todos los ámbitos, incluida la política medioambiental y climática.
Las organizaciones de mujeres e indígenas son las fuerzas impulsoras de las perspectivas feministas en las principales conferencias sobre medioambiente y clima. ¿Cuál de estas organizaciones le ha impresionado más?
Wangari Maathai fue muy importante, por supuesto. Recibió el Premio Petra Kelly de la Fundación Heinrich Böll poco antes de obtener el Premio Nobel de la Paz. Las mujeres de todo el mundo luchan por la autonomía, los derechos reproductivos, la educación y sus medios de vida, incluido el derecho al agua y especialmente a la tierra. No se trata de ámbitos políticos separados, sino que están estrechamente interrelacionados.
Por eso, en la Fundación Heinrich Böll apoyamos a un gran número de organizaciones de mujeres que combinan el empoderamiento con los derechos básicos y la acción legal. En mi opinión estas organizaciones están entre las más impresionantes. Creo que, especialmente en el Sur Global, no se trata del grupo de mujeres ambientalistas, porque siempre están combinando los derechos humanos, los derechos de las mujeres, las estrategias de empoderamiento y la concientización. No es tan especializado como puede serlo aquí.
El ecofeminismo está siendo reinterpretado por las nuevas generaciones. Ya no se basa en una concepción binaria del género, sino que el concepto es más fluido y mucho más interseccional. ¿Un enfoque más amplio facilita su integración en la política?
Los objetivos clásicos de reducción de CO2 no admiten fácilmente un componente de género o interseccional. Tampoco tengo la fórmula mágica en este caso. Pero creo que podemos exigir que las decisiones políticas tengan en cuenta los efectos, con una visión decididamente interseccional. ¿A quién afecta cada política de movilidad o cada medida de mitigación climática? ¿Cómo afectan los precios del CO2 y a qué grupos sociales? Simplemente tenemos que esperar que la ponderación de las consecuencias de las decisiones políticas, a propósito de cuestiones tecnológicas y medioambientales, incluya la revisión de la dimensión social. Yo diría que necesitamos diferentes mecanismos de decisión que integren a los distintos grupos sociales.
Tenemos que llegar a un punto en el que las dimensiones sociales e interseccionales tengan más peso entre los responsables políticos. Por ejemplo, a propósito del futuro de la movilidad mantenemos un debate muy centrado en el automóvil, aunque innumerables estudios demuestran las diferencias entre hombres y mujeres y entre los distintos grupos sociales que utilizan y necesitan el transporte público. Simplemente no estamos prestando atención. El conocimiento está ahí, en realidad, porque llevamos mucho tiempo evaluando las políticas desde perspectivas específicas de género e interseccionales. Así que siempre tenemos que preguntarnos para quién estamos haciendo estas políticas. ¿Para qué y para quién? En cambio, tenemos una especie de "visión de túnel de la huella de carbono". Sí, tenemos que reducir mucho las emisiones de CO2. Pero no se trata sólo de la huella de carbono: también tenemos que ver los pies.
Veamos la elaboración de políticas en Alemania. El gabinete federal cuenta ahora con ministros del Partido Verde. ¿Dónde y cómo deberían sus departamentos vincular más estrechamente la justicia climática y medioambiental con la justicia de género?
Es muy positivo, por supuesto, que ahora podamos hablar de política exterior feminista y de política de desarrollo feminista. Ningún campo de la política es neutro desde el punto de vista del género. Por eso es tan importante no sólo que la política climática pase por todas las carteras ministeriales, sino también integrar realmente la democracia de género en todas ellas. Eso significa vigilar los efectos de las políticas y garantizar el derecho a participar. La política exterior feminista nos ha ayudado a entender que la paz, la resolución de conflictos y la prevención sólo pueden funcionar si las mujeres están involucradas, y también tenemos que incorporar la justicia de género en todas partes. En la agricultura, por ejemplo, debemos tener en cuenta los derechos sobre la tierra. La planificación urbana, la construcción y la movilidad también necesitan un enfoque político diferenciado.
El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán ha asumido recientemente la responsabilidad de las negociaciones sobre el clima. También aquí tendremos que incorporar una visión feminista en las conversaciones sobre el clima y la biodiversidad. Hay mucha experiencia: en la investigación, en los movimientos, en la sociedad civil. Hay redes. Hay que escucharlas. La cuestión es que las perspectivas feministas a menudo se quedan en sus nichos. Y si nuestra ministra de Asuntos Exteriores dice que quiere que el Ministerio de Asuntos Exteriores incorpore directrices feministas, eso significa que tiene que escuchar a las organizaciones feministas que trabajan en estas cuestiones medioambientales internacionales.
Eso suena prometedor. Gracias por tus ideas, Barbara.
Artículo publicado en boell.de
Traducido al español por Andrés Padilla