Sanación y reconstrucción del tejido social en los procesos de defensa del territorio y los bienes comunes

Opinión

En los procesos que acompañamos las organizaciones sociales que reivindicamos la defensa de los territorios y de los bienes comunes, así como el ejercicio pleno de la autonomía indígena, construimos discursos o narrativas que dan sentido y significado a lo que hacemos, que nos ayudan a movilizarnos cuando sentimos que la presión es muy fuerte, porque estar en primera línea de defensa tiene costos: un impacto emocional y psicológico que es acumulativo y cotidiano, enfermedades físicas, desconexión con nosotras mismas y con las demás personas; conflictos familiares y comunitarios que rompen el tejido social y cultural. Ser defensor/a de Derechos Humanos tiene un costo, ¿Y qué hacemos con ese costo? ¿Cómo afecta el proyecto de sociedad que deseamos o soñamos construir?

Ditso CR Mujeres

Hace un poco más de un año, conversando con las hermanas de la organización Dbön Orcuo (Mujeres Mano de Tigre) acordamos impulsar un proyecto piloto de sanación psicosocial dirigido a las mujeres indígenas del Territorio Indígena de Térraba, en Costa Rica; ante la preocupación sobre el aumento de malestares emocionales (ellas hablaban de depresión y ansiedad principalmente) que estaban atravesando las mujeres recuperadoras y las lideresas de la comunidad.

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Teníamos una preocupación genuina sobre como aportar para mejorar su bienestar, así como por entender qué estaba pasando en sus vidas, qué estaba generando esta situación. Una puede asumir muchas cosas, pero el acercamiento a las mujeres era fundamental; escucharlas, brindar espacios de desahogo. Además, queríamos incorporar las formas tradicionales de sanación de las mujeres brörán en la metodología, para que nuestras acciones se hicieran desde la pertinencia cultural y el respeto. Así nació nuestro proyecto de sanación.

Antes de continuar, un poco de contexto. Térraba es uno de los 24 territorios indígenas que hay en Costa Rica; pertenece al pueblo brörán, el cual a su vez se encuentra hermandado con la Nación Telire, en Panamá. El pueblo brörán se caracteriza por ser un pueblo que ha sido la punta de lanza en importantes luchas por los derechos de los pueblos indígenas en el país: participó junto con otros pueblos del sur en las luchas contra la extracción maderera en la década de los 80s, incidieron en la visita por primera vez al país del Relator Especial de las Naciones Unidas para Pueblos Indígenas en el año 2011 y participan activamente del monitoreo en materia de derechos humanos, lograron detener el Proyecto Hidroeléctrico El Diquís (que ha sido el proyecto más grande del país), han logrado la recuperación de al menos un 25% de su territorio, han colocado en la agenda pública temas de interés ante el Estado como la situación de la niñez indígena, los derechos de las mujeres, gobernanza indígena y la implementación de programas de adaptación climática y recuperación de conocimientos ancestrales.

Sin embargo, el pueblo brörán ha pagado un alto costo por esto. El costo más alto y más reciente ha sido el asesinato de Jerhy Rivera en el año 2020 a manos de finqueros no indígenas que ocupan ilegalmente el territorio, pero en la historia se registran un sin número de agresiones y violaciones graves a sus derechos que se mantienen impunes. Asimismo, la destrucción del tejido social y la división de familias y entre comunidades a lo interno del territorio, son algunos de los impactos más visibles.

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El proyecto de sanación se desarrolló en 4 comunidades del Territorio: Crun Shurin, San Andrés, Térraba centro y Bijagual, lo que nos permitió identificar cuál ha sido el impacto para las mujeres indígenas, así como entender que cada comunidad tiene una historia particular que explicaba el malestar de las mujeres desde un lugar propio.

Crun Shurin y San Andres son comunidades recuperadas, es decir, antes eran fincas que poseían de manera ilegal grandes finqueros no indígenas, y a partir de diferentes procesos esas tierras pasaron a manos de familias indígenas brörán. Térraba centro es la comunidad donde viven la mayoría de los lideres y lideresas brörán y ha sido el escenario de los hechos de violencia más graves. Para estas tres comunidades el miedo y el dolor son factores comunes: el miedo de caminar por su comunidad, de ser víctimas de ataques, de perder a más personas queridas y el dolor de ser indígenas, de haber acumulado tantos años de injusticias, de violencia y de muerte solamente por ser quienes son.

Bijagual, en cambio, es una comunidad con alta presencia de personas no indígenas, donde la mayoría de las personas indígenas trabajan como peones/as para éstos. La relación de dependencia económica y el alejamiento en relación al resto de comunidades (es una de las comunidades más alejadas), así como la manipulación de los finqueros, generó conflictos fuertes con las familias indígenas defensoras de derechos humanos. En Bijagual encontramos tristeza, estrés, aislamiento, desconfianza y desesperanza.

Resultados. En total en el proyecto participaron 59 mujeres, de las cuales 43 tuvieron una asistencia constante y manifestaron al menos un cambio en relación a su situación emocional inicial, es decir, un 72,8% de las participantes logró mejorar su estado emocional con el proyecto. En términos cualitativos, la mayoría manifestó sentir durante el proceso alivio emocional, mayor confianza y seguridad en sí mismas, una mayor facilidad para expresar lo que sienten y piensan, para manejar mejor sus emociones, han recuperado la alegría, y sienten más apoyo de las demás mujeres: “Estamos como floreciendo el tejido y los vínculos entre mujeres.”

Además, se encontró mayor conciencia sobre los patrones de violencia intrafamiliar, establecimiento de límites y negociaciones con las parejas. Se fortaleció la participación en espacios políticos como el Consejo de Mayores y Mayoras Brörán, la relación entre las comunidades que se había roto se reestableció y se revitalizó, se fortaleció la identidad indígena y el sentimiento de orgullo de ser indígena.

¿Qué fue clave en este proceso? Facilitar espacios donde ellas pudieran desahogarse, con seguridad y confianza, lo que ayudó a que construyeran empatía con las demás. Los espacios incorporaron momentos liderados por las compañeras indígenas, basados en su espiritualidad, y un espacio de diálogo sobre un tema en específico, donde se utilizaron técnicas socioeducativas y técnicas de liberación emocional, para facilitar la expresión propia y la comunicación entre ellas.

Este proceso apenas ha dado sus primeros pasos y los cambios que se manifiestan son muy grandes: demuestran la capacidad transformadora de la sanación cuando se hace de manera colectiva y su impacto positivo en el fortalecimiento del tejido social, en la resolución de conflictos y en el mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar de las personas defensoras. Mejorar el estado emocional y la historia de dolor es a la vez una acción de resarcimiento ante las injusticias vividas y una acción movilizadora, que genera comunidad y conexión, nos permite concentrar la energía en soñar y construir las soluciones que debemos impulsar en un contexto por más desafiante.