Los países del norte global requieren grandes cantidades de recursos naturales para mantener en funcionamiento sus sistemas económicos. Pero, la crisis climática exige un cambio mundial en el uso de materias primas. Para que esto ocurra, el consumo debe disminuir.
América Latina emite más de 4.000 millones de toneladas de CO2e[1] anualmente. Comparada con el resto del mundo, esta cifra no es muy alta, ya que corresponde a un ocho por ciento de las emisiones mundiales. Pero al mismo tiempo es una contribución significativa de la región al cambio climático. Para muchos gobiernos, la lucha contra la crisis climática no es una prioridad. Algunos de ellos, incluso, fomentan la expansión del sector de los combustibles fósiles. [JGR1] En esta tarea Alemania también comparte responsabilidades, y es que parte de las emisiones resultantes son producto de nuestro comportamiento como consumidores en Europa. De acuerdo con un estudio de la Comisión Europea, en 2014 la producción y consumo de bienes y servicios dentro de la Unión Europea generaron, por fuera de ella, unas 1300 millones de toneladas de emisiones de CO₂. Una cifra equivalente al cuatro por ciento de las emisiones mundiales en el mismo periodo. Alemania con sus 254 millones de toneladas es, de lejos, uno de los principales responsables[2].
Elevadas emisiones del sector agrícola
Brasil es el principal emisor en América Latina. El país ocupa actualmente el séptimo lugar de la clasificación mundial con 1500 millones de toneladas de CO₂e. Cabe destacar que allí la participación de energías renovables es del 46 % (mientras que en Alemania apenas llegamos al 19%), lo que hace más notorio el impacto de la actividad agrícola en el balance ambiental. Este sector, el principal contaminador del país, representa un tercio de las emisiones totales de gases efecto invernadero en Brasil. Al añadir aquellas derivadas del cambio de uso del suelo, como la deforestación y quema para ganar tierras agrícolas, la proporción se eleva a más del 60%. En conjunto, ambas generan 900 millones de toneladas de CO₂e. En comparación, el total de las emisiones anuales de Alemania son de 720 millones de toneladas. La demanda mundial de productos agrícolas de Brasil contribuye a la expansión de la agricultura industrial y por esta vía a un aumento de las emisiones.[JG2] En Alemania, la agricultura y el uso del suelo son responsables de tan solo el cuatro por ciento de todas las emisiones. Pero otra cosa refleja nuestro consumo: en 2020 Alemania importó de Brasil productos agropecuarios por valor de unos seis mil millones de euros. A través de estas importaciones externalizamos una parte de nuestras emisiones.
El gasto energético de la minería es enorme
No solo contribuimos a la huella climática de América Latina cuando comemos un filete argentino o usamos la soja brasilera para alimentar animales en Alemania. Una mayor demanda de materias primas minerales y metálicas también conduce inevitablemente a un aumento de las emisiones en otras partes del mundo. Esto se debe a que Alemania obtiene una gran parte de las materias primas que procesa aquí del extranjero, muchas de ellas de América Latina. Las consecuencias negativas de la minería son conocidas desde hace tiempo: destrucción ambiental, desplazamientos, violaciones de los derechos indígenas, corrupción y enriquecimiento de las élites nacionales. Hay una mayor conciencia sobre los daños ambientales que produce la minería, por su consumo intensivo de energía. Solo en Chile, el sector minero consume anualmente más del doble de electricidad que Berlín. De esta cantidad, casi la mitad procede de energías renovables. Pero adicionalmente a la electricidad, se requiere la misma cantidad de energía procedente de la quema de combustibles fósiles. Según un estudio de PowerShift, el consumo de energía aumentará en casi un tercio de aquí a 2050 debido a la disminución de las concentraciones de mineral y a que los depósitos se hacen cada vez más inaccesibles.
Aumenta la demanda de materias primas metálicas
Pese a la amenaza de daños climáticos, no hay indicios de que esta tendencia cambie. Por el contrario, la demanda de cobre de Perú, hierro de Brasil o litio de Chile seguirá aumentando en los próximos años. Las tecnologías, que supuestamente deberían ayudar a poner fin a la crisis climática en el país, como por ejemplo los vehículos eléctricos, fomentan esta demanda. Según el ministerio alemán de transporte, hasta 2030 deberían circular 15 millones adicionales de autos eléctricos. Una mayor producción de vehículos implica un mayor consumo de materias primas. Casi un 10 % de las importaciones alemanas de cobre van a la industria automotriz, y el asunto no para ahí. Según datos del Instituto Federal de Geociencias y Recursos Naturales (BGR, por sus siglas en alemán), la demanda de cobre del sector de electromovilidad aumentará en un 800 % hasta 2027 respecto a 2017. Esto plantea riesgos enormes para la política climática. El estudio de PowerShift asegura que anualmente la producción de cobre utilizada en Alemania libera casi cinco millones de toneladas de CO₂. Gran parte de estas emisiones corresponderían a Latinoamérica, puesto que el 70 % de las importaciones de materias primas provienen de Perú, Brasil y Chile.
El litio muestra un comportamiento similar. De acuerdo con el BGR, la demanda mundial aumentará hasta 558 000 toneladas en 2030. El 90 % se destinará a la producción de baterías para vehículos eléctricos. Los mayores yacimientos se encuentran en el llamado triángulo del litio, compuesto por Chile, Bolivia y Argentina. Se presume que allí se encuentra el 80 % de las reservas mundiales. Hoy en día, Chile cubre 44 % de la oferta. Para extraer el “oro blanco” del Salar del desierto de Atacama se requieren inmensas cantidades de agua. Como resultado, el nivel del agua disminuye y los frágiles ecosistemas y las poblaciones de los alrededores padecen los efectos de una sequía extrema. La extracción de litio para la producción de autos eléctricos alemanes supone, por tanto, un agravamiento de la crisis climática en América Latina. Algo así sucede con el hierro. Debido a que su demanda es de vieja data, el hierro recibe menos atención que el litio, actualmente en boga. Sin embargo, por las grandes cantidades extraídas y procesadas, su impacto es mayor en el medio ambiente y el clima. El 45 % de las importaciones alemanas de hierro provienen de Brasil, uno de los principales productores. Las consecuencias de esta minería son fatales. Por ejemplo, en 2019 el colapso de la represa de Brumadinho mató a 310 personas y liberó desechos contaminantes para los años venideros. A lo anterior se añaden las emisiones del proceso de transformación. Según PowerShift, las transformaciones de la bauxita en aluminio y del hierro en acero son responsables del diez al once por ciento de las emisiones mundiales de CO₂. Alrededor de un cuarto del acero que se usa en Alemania es para la industria automotriz.
Se necesita repensar la movilidad y el uso de recursos naturales
Naciones Unidas afirma que el sector extractivo es responsable de la mitad de todas las emisiones de gases efecto invernadero, y de la pérdida del 90 % de la biodiversidad y de las crisis hídricas en todo el mundo. Crisis que afectan de manera desproporcionada a América Latina,[JG3] lo que indica la importancia de esta región para definir políticas climáticas. Un estudio del Banco Mundial señala que el Producto Interno Bruto (PIB) podría reducirse un cuatro por ciento hacia 2030 debido a los efectos climáticos. Situación que amenaza con lanzar a la pobreza extrema a unas 5,8 millones de personas más. Por eso, la labor de los proveedores de recursos naturales debe estar en la mira de la política climática, pues sin un cambio en el patrón de consumo de materias primas no hay posibilidades de ganar la lucha contra la crisis climática.
Los enfoques tecnológicos son solo una parte de la solución. En vez de un cambio de motores de los vehículos eléctricos, que conlleve un mayor uso de recursos naturales, lo que se necesita es un giro en la movilidad que implique un uso menos intensivo de materias primas. Menos y no más autos. Al mismo tiempo, también se tienen que ahorrar materias primas. Por ejemplo, a través del reciclaje y de la economía circular. De acuerdo con cálculos científicos, la extracción de materias primas en los próximos años sigue siendo compatible con la meta de 2°C.A más tardar en 2030 sin embargo se habrá alcanzado el punto más alto. En caso contrario, tanto la extracción como el procesamiento de materias primas harán saltar por los aires el presupuesto de emisiones de gases efecto invernadero.
El mercado actual de bonos de emisiones no son un instrumento efectivo
Un cierto consumo de materias primas básicas es también inevitable en la lucha contra la crisis climática: las turbinas eólicas, los paneles solares y las baterías consumen materias primas que no pueden obtenerse del reciclaje a corto plazo. El debate sobre productos agrarios no deja de ser superfluo. Tanto Alemania como la Unión Europea deberían abogar por las normas medioambientales y sociales más estrictas posibles en la minería y la agricultura. Pero con frecuencia la realidad es otra. A pesar de que los nuevos acuerdos comerciales de la Unión Europea incluyen clausulas bien intencionadas sobre protección climática y sostenibilidad, estas no pueden ejecutarse debido a la falta de sanciones. A través del tratado comercial que se negocia actualmente con Chile, la Unión Europea quiere garantizar su acceso a recursos naturales como el litio y el cobre. Al mismo tiempo, según sectores críticos, se profundizará la dependencia de Chile de los recursos naturales, con los consabidos problemas que trae consigo su extracción. En la nueva versión del acuerdo no se contemplan sanciones ante violaciones de derechos humanos o contaminación ambiental. El capítulo sobre “comercio y desarrollo sostenible” prevé un panel de expertos y expertas que darían recomendaciones en caso de que los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas no se cumplan.
Todo lo contrario ocurre con las las empresas, cuando ven sus ganancias mermadas por políticas estatales como por ejemplo medidas ambientales. Amparados en los capítulos de protección de las inversiones, que se anclaron en el acuerdo de libre comercio con Chile bajo presión de la Comisión Europea, las empresas pueden demandar a los Estados para obtener compensaciones, a menudo con éxito. Aquello trae consigo el riesgo de que los gobiernos decidan renunciar de antemano a regulaciones, solo para evitar ser llevados a juicio por empresas europeas. Este mecanismo funciona, sin embargo, en una sola vía, pues no contempla que las víctimas de la destrucción ambiental, del envenenamiento con pesticidas, el desplazamiento y otras consecuencias de la crisis climática puedan exigir a las empresas rendir cuentas.