La experiencia de mujeres centroamericanas

Investigación

Si bien ninguna confiesa haber sido víctima de violencia física, pudieron relatar violencia sistémica, económica y psicológica en algunos casos.

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Solo yo, 35 años, de México, confesó cómo ha tenido problemas de salud mental, que su compañero de vida no realiza presupuestos ad hoco a su situación económica y que ella realiza una jornada no remunerada y remunerada extenuante, aunque subraya como positivo que como familia han podido compartir más. 

Aymé, 37 años, de Guatemala, relata cómo se ha rendido a realizar una crianza o labores del hogar en corresponsabilidad con su excompañero de vida y ha optado por criar a sus hijas de diferente manera, además de que nos cuenta lo que han vivido como comunidades. 

Antonia de 48 años, de Honduras, nos comparte una experiencia más relajada ya que su hija ha crecido pero no está ciega a lo que pasa en su comunidad. 

“Las mujeres, como las comunidades, también tenemos otros recursos que no son visibles, ni tienen que serlos porque se los roban las ONG, las instituciones del estado y los politiqueros de turno. Somos capaces de crear estrategias para nuestro bien común, incluso cuando se insiste en que no somos capaces de amigarnos. Puede que en términos generales esto sea cierto. Pero en las crisis como ésta, somos capaces de tender puentes y hacer milagros”, subraya.

Karina Blanco, 41, nicaragüense, a pesar de su alto grado de estudios también tiene una rutina muy pesada. 

“Duermo muy mal porque la bebé no duerme mucho y toma pecho durante la noche todavía. Me despierto como a las 6:30 -7 a.m. Si puedo, hago yoga con la bebé. Mi esposo alista a nuestra niña. Desayunamos. A las 10:30 u 11 empiezo a trabajar (o intento) mientras mi esposo está con las niñas. A menudo tengo que trabajar con la bebé en el canguro porque quiere tomar pecho o no se acostumbra aún a estar con mi esposo. Pesa casi 9 kilos, así es que es un reto. Trabajo parada, con ella en brazos y escribiendo en la computadora. Almorzamos a la 1 ó 2 p.m. Mi marido o yo preparamos almuerzo. Regreso a trabajar (con la bebé casi siempre). Como a las 5pm cuido yo a las dos niñas para que mi marido pueda cocinar. Cenamos como a las 7 p.m. Bañamos a las niñas y como a las 8:30 estamos todos en la cama. Como la bebé no duerme bien, no he podido tener tiempo de recreación en las noches como solía tener antes o para leer, o ver televisión, o trabajar. Es duro. Cada día es como un maratón, aunque no estoy sola. Nos dividimos el trabajo del hogar y el cuidado de las niñas entre mi marido y yo. Él no tiene trabajo ahorita. Así es que por eso también nos dividimos así”. 

Flor, 41, de El Salvador, relata algo similar. 

“Sí, más que la pandemia, las cuarentenas me hicieron enloquecer. Yo tengo un trabajo de tiempo completo, que por ser con una compañía extranjera y que no tiene oficina en el país lo realizo desde hace dos años desde casa, por lo que el tele trabajo no era nuevo. Lo nuevo era no contar con ayuda para el cuido de mi hija, ya que no se podía movilizar la persona que me ayuda con el cuido, así como la persona que me ayuda dos días a la semana con el trabajo del hogar. Fueron 40 días de sentir que moría extenuada. Mi marido se quedó en casa tele trabajando y eso implicaba más trabajo en realidad, porque debía pensar en qué comer no solo para la bebé y para mí sino en él y era un reto con tener reuniones, cocinar, lavar los platos, jugar y atender a mi hija, barrer, medio trapear, limpiar la mesa y así tres veces al día. FUE HORRIBLE. Mi marido y yo nos turnábamos para atender a la bebé y hacia otras cosas del trabajo doméstico (lavar la ropa por ejemplo) y otras cosas que YO LE ASIGNABA. Eso fue un cansancio adicional : la planificación del trabajo del hogar. Pero solo aguanté así 2 semanas, yo se lo dije a mi marido que estaba cansada de tener que pensar y planificar el trabajo del hogar, que él hiciera las cosas como adulto que es que sabía que habían que hacerse. Al principio me era difícil porque yo quería que hiciera las cosas como YO las haría pero solté, dejé que las hiciera como pudiera y a su ritmo si eso implicaba que estuvieran sucias ciertas cosas vasos o platos no me importó, yo lo que quería era no sentirme tan abrumada. Él fue haciendo las cosas sin pleitos ni resistencias, lo cual facilitó muchísimo la convivencia y no tuvimos ni pleitos ni discusiones álgidas , diferencias sí pero nada que sentarse y hablar no pudiese solucionarse.”

Elena, 41, de Costa Rica, actriz y publicista también cuenta una experiencia menos traumática, precisamente porque no tiene hijos ni pareja. 

Y en Panamá, Eri, de 48, lo dice de manera sencilla: “Los ingresos disminuyeron significativamente con las restricciones y ayuda prácticamente nula para los pequeños empresarios. El pueblo necesita trabajar, retomar sus vidas sino el mundo caerá en caos”.