En todo el mundo, más de un millón de personas ya han muerto a causa de COVID-19, mientras que en muchos lugares las cifras siguen creciendo exponencialmente y plantean a los gobiernos grandes desafíos.
La segunda ola de la pandemia está inundando actualmente el mundo. En la actualidad, grandes partes de Europa, la India y América del Sur se ven particularmente afectadas, mientras que la situación en los Estados Unidos ha empeorado constantemente desde el primer brote del virus y ahora está alcanzando nuevos máximos cada día. En todo el mundo, más de un millón de personas ya han muerto a causa de COVID-19, mientras que en muchos lugares las cifras siguen creciendo exponencialmente y plantean a los gobiernos grandes desafíos.
Las consecuencias, que pueden observarse en todo el mundo y que afectan a gran parte de la población mundial, son sobre todo la pérdida de los ingresos regulares de las personas, la dificultad de mantener las cadenas alimentarias para garantizar que todos estén plenamente abastecidos y la enorme carga financiera para los presupuestos nacionales. Además, las crecientes desigualdades sociales y económicas y el agravamiento de la situación de la ayuda humanitaria intensifican esta crisis.
Sin embargo, no todos los países del mundo comenzaron esta crisis en igualdad de condiciones. Aunque la escala de la pandemia parece ser aún menor en la mayoría de los países de América Central en comparación con muchas otras regiones del mundo, esta región es particularmente vulnerable. Los sistemas de atención de la salud débiles y parcialmente privatizados, principalmente en los países muy endeudados con una gran proporción de la población sin empleo formal y con sistemas de seguridad social débiles, no auguran nada bueno para los próximos meses si los casos en esta región siguen aumentando.
Los tres países del triángulo norte, Honduras, Guatemala y El Salvador, ya se enfrentaban a problemas particulares antes de la pandemia.
Mientras Guatemala y Honduras ya han sido los países más desiguales del mundo y, por lo tanto, son particularmente vulnerables, tanto a la pandemia en sí como a las consecuencias sociales y económicas. Por ejemplo, la insostenible deuda nacional de El Salvador está creciendo rápidamente y no podrá escapar a las consecuencias a largo plazo. Entre junio y septiembre de 2020, ya había casi cuatro millones de personas en Guatemala, Honduras y El Salvador que vivían en una situación de inseguridad alimentaria grave o muy grave (nivel 3 de la CIF o superior). Sólo en Honduras, la proporción de estas personas ha aumentado en un 71% en comparación con el año anterior.
También hay grandes diferencias entre los diversos grupos y sectores de la población de los distintos países, en particular en lo que respecta a su vulnerabilidad. Sin embargo, es importante reconocer que estos grupos particularmente vulnerables, como las mujeres, los pueblos indígenas o lxs afrodescendientes, no son más vulnerables per se que todos los demás, sino que se encuentran en estas situaciones de especial vulnerabilidad por las normas y circunstancias de las sociedades en cuestión.
La vulnerabilidad de los grupos o individuales se ve particularmente influenciada por el acceso a recursos y servicios tales como los alimentos o la salud.
Además, algunas de las consecuencias de la pandemia tienen un impacto directo en los derechos humanos de estas personas particularmente vulnerables. Por ejemplo, durante la pandemia, aumentará el número de casos de violencia doméstica y de delitos de crimen organizado en América Central. El acceso a los recursos se hace más difícil y la represión militar aporta su propia cuota al problema. Las repercusiones de la pandemia en los derechos humanos de la región son fatales.
El colapso económico y la pérdida de empleos causados por la pandemia están exacerbando aún más la pobreza y la desigualdad.
Los pronósticos indican que el PIB de la región también caerá bruscamente en 2020/21 y que la inflación aumentará. Nunca antes la economía se había derrumbado tanto como este año. El turismo, las remesas y las exportaciones están en franco declive y seguirán disminuyendo, con graves consecuencias económicas para la región y su población. 20 millones de personas en la región caerían en la pobreza, y siete millones más en la pobreza extrema.
Además, la corrupción sigue desempeñando un papel importante en la región y aumentará aún más como resultado de la pandemia. La corrupción es una carga elemental y todavía actual, ya que mata a quienes tienen menos recursos y no tienen suficiente acceso a la atención de la salud, la alimentación o la vivienda, especialmente en circunstancias como las actuales. Afecta a diferentes grupos sociales de diferentes maneras y tiene un fuerte impacto en los derechos de las personas. Además de estos efectos directos de la corrupción, hay otro indirecto: Cuando los intereses privados tienen prioridad en la política, no se aprovechan las oportunidades de invertir en el sector público y así apoyar a la población. Hay que decir que la corrupción sólo ayuda al sector privado, no al público, y ningún gobierno puede permitirse eso en este momento. Además, las organizaciones advierten contra una ola de privatización debido a la creciente falta de recursos estatales. Esto significa que cada vez más tareas y áreas que en realidad deberían ser llevadas a cabo por el Estado podrían ser asumidas por el sector privado.
La crisis desencadenada por la pandemia fue también una excusa para que algunos gobiernos recurrieran más a medios autoritarios y aplicaran medidas que violaban los derechos de sus ciudadanxs, como fue el caso de Honduras y El Salvador. Los presidentes utilizaron la pandemia como pretexto para concentrar el poder y atacar a los órganos de control y supervisión del ejecutivo, con el objetivo evidente de socavar las instituciones democráticas y aumentar su influencia, a menudo mediante el uso de fuerzas militares.
Además de los problemas domésticos que causa la pandemia, también afecta la movilidad. La posibilidad de salir del país para buscar una vida mejor en otro país y para mantener a su familia con el dinero ganado allí está severamente restringida por la pandemia. La dependencia de la estabilidad de otros países se está convirtiendo en un desastre aquí. Las consecuencias son profundas y la región depende especialmente de la situación en los Estados Unidos. La migración de América Central a los Estados Unidos está relacionada principalmente con el objetivo de una vida mejor y asegura la supervivencia de muchos centroamericanxs a través de las remesas enviadas a sus familias emigradas.
El contexto político de los Estados Unidos es muy difícil porque se encuentran en un período de crisis política, económica y social. Esta crisis ha tenido un enorme impacto en los países de América Central, especialmente bajo la Administración Trump. Más de tres millones de personas del Triángulo Norte viven en los EE.UU. sin permiso. Más de un tercio de los salvadoreñxs y hondureñxs consideraron la posibilidad de emigrar a los Estados Unidos en una encuesta debido a las incertidumbres en su propio país. La emigración de personas de América Central y las remesas que envían regularmente a sus familias en sus países de origen son de gran importancia para las personas que se quedan atrás y para la economía regional. En Guatemala estas remesas representaron el 12 por ciento del PIB el año pasado, en El Salvador el 22 por ciento y en Honduras alrededor del 20,3 por ciento.
Un problema adicional y permanente de los Estados Unidos, que se hace cada vez más visible en la pandemia y también a nivel estructural, y que afecta en particular a los inmigrantes que se acaban de mencionar, es la discriminación por motivos de origen. Esto es evidente por el número de muertes. En general, entre las víctimas mortales de la pandemia en los Estados Unidos, hay muchas más personas de pueblos indígenas, afroamericanas y latinoamericanxs que blancxs. La población afroamericana sigue teniendo las tasas de mortalidad reales más altas de COVID-19 en todo el país, dos o más veces la tasa entre blancxs y asiáticxs, que tienen las tasas reales más bajas. Las personas más pobres y con menos recursos mueren, con o sin pandemia, y la población migrante es parte de este amplio espectro.
De esta manera, la pandemia tiene un impacto directo en la pobreza en los Estados Unidos y, en una perspectiva a largo plazo, en los países de América Central. Se han establecido programas de ayuda para aliviar la pobreza, pero no son fácilmente accesibles para inmigrantes. Muchos trabajadorxs de origen extranjero no están cubiertos por el empleo o el seguro médico en los Estados Unidos y, por lo tanto, son particularmente vulnerables, en parte debido a la combinación de varios de los factores mencionados. Por ejemplo, la desigualdad con respecto a lxs inmigrantes está aumentando en los Estados Unidos.
Antes de que la pandemia comenzara, los EE.UU. tenían una tasa de desempleo del 3,5% en febrero de 2020. Sin embargo, en abril de 2020, el desempleo aumentó al 14,7%, el nivel más alto desde 1942, mientras que la población afroamericana era del 16,7% y la hispana del 18,9%. A modo de comparación, en mayo de 2019, la tasa de desempleo de la población afroamericana era del 6,2%. Exactamente un año después, la tasa era del 16,8%. En el caso de lxs hispanxs o latinoamericanxs, la tasa aumentó del 4,2% al 17,6%. Así que incluso con este aumento, estos grupos de población se ven claramente afectados de manera desproporcionada.
Tras el análisis de las consecuencias previstas, se pueden identificar en particular dos retos de la pandemia que, además de la grave crisis económica, están exigiendo a la región en gran escala: Por un lado, están las continuas violaciones de los derechos humanos a las que se enfrenta la mayoría de las personas. Por otro lado, son las ya frágiles democracias las que siguen sufriendo en la situación actual y están desestabilizando cada vez más la región.
La democracia se logra colectivamente y de manera participativa y, en la situación actual, no está al alcance de todxs. Lo que se necesita es una política que cumpla sus promesas y trate de mejorar la situación actual de muchas personas en lugar de enriquecerse a sí misma y a una pequeña parte de la población. Las sociedades de la región se basan generalmente en estratos sociales para la representatividad política, pero sólo promueven a las élites en posiciones de poder.
Además, muchas organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos no pudieron documentar los acontecimientos durante lo ocurrido hasta ahora en la pandemia debido a la limitada circulación, o a los múltiples obstáculos de parte de sus gobiernos nacionales. Sin embargo, siguen trabajando por la resistencia y la capacidad de recuperación durante estos tiempos y tratan de cumplir con sus compromisos sociales a pesar de las dificultades.
En conclusión, la pandemia es una enfermedad también de carácter social. Ha sacado a la luz las insuficiencias y dependencias de todas las sociedades y ha agravado aún más la situación, especialmente para los grupos ya vulnerables. Las desigualdades que ya existían antes de la pandemia de Covid-19 se han exacerbado e incluso continúan, en América Central, pero también en otros países que parecían estar en una mejor situación.