Cómo el movimiento ambientalista y BlackRock podrían combatir la crisis climática
En enero de 2020, quienes veían el canal de negocios estadounidense CNBC fueron testigos de una escena inusual. El moderador le preguntó al gurú del mercado de valores de Estados Unidos, Jim Cramer, conocido por libros en cuyos títulos suele aparecer la frase "Hágase rico", por las perspectivas de acciones de empresas de petróleo y gas como Chevron o Exxon. Su sorprendente respuesta fue que estaba cansado de los combustibles fósiles, que estaban acabados. Y justificó esto diciendo que los/as gerentes financieros/as y los fondos de pensiones se están retirando de los combustibles fósiles y que los jóvenes están en contra de estas acciones.[1] Esta constatación de parte de un hombre que no es conocido precisamente por su altruismo y motivación ecológica podría tener solo un valor anecdótico. Pero las anécdotas también pueden ser un indicio, porque Jim Cramer no está solo. Casi al mismo tiempo, Larry Fink, jefe del mayor administrador de activos financieros del mundo, BlackRock, escribió una carta abierta a los/las líderes de las empresas en las que BlackRock tiene participación, lo que incluye a casi todas las empresas que cotizan en bolsa. Fink les pidió nada menos que "una transformación fundamental del mundo financiero". Los riesgos climáticos son riesgos de inversión, dijo, por lo que es necesario que haya transparencia para los accionistas y un cambio hacia una mayor sostenibilidad en todas las inversiones.[2]
Entonces, ¿estamos ante un punto de inflexión en la relación entre el mundo financiero y la economía fósil? ¿El instinto gregario de los mercados financieros se está volviendo en contra de los combustibles fósiles? ¿Es solo un lavado verde o podría el sector financiero llegar a convertirse en un elemento central para detener el colapso climático después de todo? Y, ¿cómo debe la política controlar y acompañar este proceso? Para responder a estas preguntas, es importante comprender primero la evolución del sector financiero con respecto a los combustibles fósiles durante el último decenio, es decir, comprender el estado de los debates e iniciativas en las diferentes partes del sistema financiero. Dos iniciativas importantes desempeñaron un papel especial en este contexto. En primer lugar, el poderoso relato sobre la "burbuja del carbono", es decir, el riesgo para los inversionistas y los mercados financieros de perder beneficios en el sector fósil por el cambio climático y la protección del clima. Este relato fue especialmente eficaz entre los agentes del mercado financiero privado y sus reguladores. Y, en segundo lugar, un artículo poco conocido sobre el Acuerdo de París sobre el clima, que pide que los flujos financieros se orienten hacia la protección del clima y es una razón importante para que los bancos públicos y multilaterales en particular se retiren de los préstamos a los fósiles.
La "burbuja de carbono", un relato poderoso
Si miramos la historia reciente del vínculo entre el cambio climático y los mercados financieros, encontramos a dos personas que complementaron sus talentos y desarrollaron un relato poderoso, Mark Campanale y Bill McKibben. El británico Campanale ya tenía más de dos décadas de experiencia en la industria financiera y las inversiones sostenibles cuando fundó la Iniciativa de Seguimiento del Carbono en 2011. El primer informe de la iniciativa, publicado en noviembre de 2011, desarrolló el concepto de la Burbuja de Carbono, es decir, que la valoración bursátil de las empresas de combustibles fósiles se basa mayoritariamente en sus reservas de estos combustibles. Sin embargo, estas reservas consisten en gran medida en "carbono incombustible", o carbono que no debe ser quemado. El 80 % de las reservas de las 100 principales empresas de carbón y las 100 de petróleo y gas debe permanecer en la tierra si la humanidad quiere cumplir con el límite de 2 °C ya acordado en la Conferencia sobre el Clima de Copenhague en 2009. Así, las empresas de combustibles fósiles están sumamente sobrevaloradas y esta burbuja amenaza con estallar, con considerables riesgos para sus accionistas y la estabilidad del sistema financiero.[3]
En la primavera europea de 2020, la Iniciativa de Seguimiento del Carbono actualizó nuevamente el análisis original. El nuevo informe Decline and Fall: The Size and Vulnerability of the Fossil Fuel System (Declive y caída: tamaño y vulnerabilidad del sistema de combustibles fósiles) plantea la tesis de que una alteración fundamental del sistema energético es inminente en un futuro cercano, lo que podría devaluar activos enormes. Esto afectaría a 39 billones de dólares en reservas de carbón, petróleo y gas, 10 y 22 billones de dólares en infraestructura de suministro y quema de combustibles fósiles, 18 y 8 billones de dólares en acciones y bonos de empresas que cotizan en bolsa y unas cuatro veces esa cifra en activos financieros que no cotizan en bolsa. Si comparamos estas cifras con el producto interno bruto mundial de 142 billones de dólares (2019), la magnitud del problema se hace evidente.[4] El primer informe de la Iniciativa de Seguimiento del Carbono en 2012 demostró ser extremadamente fructífero y le siguieron una serie de estudios más detallados que, en base a esta premisa básica, precisaron los riesgos del cambio climático para el sistema financiero.
No obstante, el informe podría haber pasado a la historia como una nota al pie si el experto financiero Campanale no hubiera encontrado un compañero de armas en el publicista estadounidense Bill McKibben. McKibben escribió el ensayo Global Warming's Terrifying New Math (Nuevos cálculos aterradores sobre el calentamiento global) que se publicó en julio de 2012 en la revista estadounidense Rolling Stone, llevando así la historia de Campanale al mundo de una manera muy elocuente. Se convirtió en uno de los ensayos más leídos y poderosos en la historia de la lucha contra el cambio climático.[5] El aterrador análisis que presenta McKibben es simple y se basa en tres números: 2 °C, el aumento máximo de la temperatura media en comparación con niveles preindustriales que el mundo ha acordado como un límite apenas tolerable. Si queremos mantener el calentamiento global promedio por debajo de los 2 °C, debemos liberar una cantidad limitada de CO2 a la atmósfera, que en ese entonces era de 565 gigatoneladas. En contraste, 2795 gigatoneladas de CO2, cinco veces el nivel permitido, estaban contenidas en reservas probadas de carbón, petróleo y gas. Reservas que están en manos de empresas que suelen cotizar en bolsa y países como Venezuela y Kuwait, que actuaron como corporaciones de combustibles fósiles. McKibben estimó el valor de mercado de estos combustibles fósiles en 27 billones de dólares así que, si el 80 % se considerara "excedente" por ser incombustible, los mercados financieros tendrían que aceptar una pérdida de 20 billones de dólares. La burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que desencadenó la crisis financiera de 2007/2008, es pequeña en comparación con esta. Con este cálculo, McKibben no solo entregó un análisis económico, sino también una explicación muy plausible a la falta de avances en la protección del clima, que las compañías de combustibles fósiles tienen mucho, mucho que perder y por lo tanto tienen un fuerte motivo para utilizar sus enormes recursos de lobby en contra de la política climática.
Desde el punto de vista político y económico, es bastante simple. El valor futuro del carbono incombustible, que ya tiene un precio en los mercados financieros, presiona por concretarse a través de la extracción y venta de la materia prima fósil en los mercados mundiales y compra influencia política.[6] El nuevo relato de McKibben difiere considerablemente de otros relatos sobre la crisis climática que eran, y siguen siendo, muy comunes. En lugar de centrarse en las emisiones en una infinidad de lugares, él llama la atención sobre las reservas fósiles almacenadas en el suelo en un número manejable de lugares, y que deben permanecer allí si queremos limitar el cambio climático. En lugar de centrarse en los/as consumidores/as, que alimentan el cambio climático con su comportamiento de consumo, McKibben dirige la atención a las empresas de combustibles fósiles, que tienen un interés enorme en la continua quema de estos combustibles. En lugar de centrarse en los procesos internacionales de negociación entre los países en las conferencias sobre el clima, él se centra en las inversiones y los activos, los mecanismos de los mercados financieros y la influencia de las empresas en la política.
Por increíble que parezca, el relato de la burbuja de carbono y los riesgos climáticos para el mercado financiero ha tenido un gran impacto en dos entornos muy distintos gracias a que Campanale y McKibben tenían una enorme credibilidad entre dos grupos sociales muy diferentes. Mientras Campanale tuvo un impacto en el mundo financiero con sede en Londres, McKibben se convirtió en el ídolo de un creciente movimiento de activistas del clima.
"Saca la cuenta", los primeros éxitos de la campaña de desinversión
Bill McKibben es cofundador de 350.org, una organización de campañas climáticas apoyada principalmente por jóvenes, que se ha extendido desde las universidades estadounidenses a gran parte del mundo. 350.org llevó el relato de McKibben a muchos lugares a través de la gran campaña "Do the Math" (saca la cuenta) y organizó una campaña a favor del antídoto que McKibben había defendido: la desinversión, es decir, el retiro de fondos de las inversiones en fósiles. El punto de partida fueron ciudades, comunidades, universidades e iglesias, que, bajo la presión de jóvenes activistas, comenzaron a retirar su dinero de las carteras de combustibles fósiles. La combinación de los argumentos morales y la apelación a los intereses financieros propios -el riesgo de que estalle la burbuja de carbono- resultó ser extremadamente eficaz. Si hubiera sido solo uno de los dos, probablemente no habría tenido esta eficacia. Lo que comenzó en las universidades, iglesias y ciudades pronto llegó a inversionistas institucionales, como los fondos de pensiones y las compañías de seguros, a través de campañas específicas de las ONG. Además del temor a la pérdida de reputación, la retirada de los combustibles fósiles se debe principalmente a la gestión de riesgos. Si se toman decisiones políticas a favor de una mayor protección del clima, el dinero invertido podría convertirse en un activo obsoleto (stranded asset).
La campaña de desinversión no solo ha creado conciencia sobre estas interrelaciones, sino que también ha persuadido a inversionistas institucionales como el fondo de pensiones noruego o la compañía de seguros Allianz para que se retiren, al menos parcialmente, de las inversiones en combustibles fósiles. Más de 1000 instituciones con un total de activos por casi 8 billones de dólares se han comprometido a retirar sus inversiones en empresas de energía fósil para finales de 2018.[7] En 2015, el relato sobre la burbuja de carbono, que amenaza la estabilidad financiera, se abrió paso hasta los niveles más altos de gobernanza del mercado financiero mundial. El G20 encargó al Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, por sus siglas en inglés), presidido por el Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, que examinara cómo el sector financiero podía enfrentar los riesgos climáticos para el sistema financiero. El FSB fue fundado por el G20 en 2009 a raíz de la crisis financiera mundial.
Con este mandato, Carney retomó el análisis de Campanale y McKibben en un discurso en el mercado de seguros Lloyd’s de Londres el 29 de septiembre de 2015. Carney habló de la "tragedia de los horizontes", según la cual los daños climáticos catastróficos se encuentran más allá del horizonte de acción de las instituciones centrales, más allá del ciclo comercial, más allá de ciclos políticos como los períodos electorales y más allá del horizonte de las instituciones tecnocráticas como los bancos centrales. En consecuencia, en su discurso pidió que se estableciera un grupo de trabajo sobre divulgaciones financieras relacionadas con el clima (TCFD, por sus siglas en inglés).[8] Este grupo, lanzado por el FSB durante la Cumbre Climática de París el 4 de diciembre de 2015, está compuesto por figuras clave del mundo financiero privado y es presidido por Michael Bloomberg, director ejecutivo del grupo de información financiera estadounidense Bloomberg. Que esto haya sucedido en la Cumbre Climática de París no es una coincidencia. El Acuerdo de París sobre el cambio climático también contiene -aunque se le presta muy poca atención- un mandato sustancial para los mercados financieros y los bancos privados y públicos. En primer lugar, ante la presión de los países en desarrollo más vulnerables, el acuerdo hizo más estricto el objetivo de temperatura mundial. El calentamiento global se limitará ahora muy por debajo de los 2 °C, y los estados se comprometieron a hacer esfuerzos por tratar de llegar a 1,5. Como resultado, el presupuesto de CO2 se reduce considerablemente.
Además, en el artículo 2.1c del Acuerdo, los estados signatarios se comprometen a ajustar los flujos financieros a los objetivos del Acuerdo. Específicamente, "situar los flujos financieros en un nivel compatible con una trayectoria que conduzca a un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero."[9] Esto solo permite concluir que todos los flujos financieros e inversiones -públicas y privadas- deben ser reguladas para que las actividades económicas resultantes cumplan los objetivos de temperatura del Acuerdo.[10]
La misión del TCFD encabezado por Michael Bloomberg es desarrollar normas para la divulgación voluntaria de los riesgos relacionados con el clima por parte de las empresas a sus inversionistas, acreedores, aseguradores y otras partes interesadas. Se deben tener en cuenta los riesgos físicos, político-regulatorios y de responsabilidad civil derivados del cambio climático.
A mediados de 2017, el TCFD formuló sus recomendaciones, a las que luego se refirió la cumbre del G20 en Hamburgo. En diciembre de 2019, 930 organizaciones con una capitalización de mercado de 11 billones de dólares ya habían respaldado estas recomendaciones.[11] La razón es que, a diferencia del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, los actores del mercado financiero no pueden permitirse ignorar la realidad de la crisis climática para siempre. No nos engañemos, no es una cuestión de consideraciones humanitarias. El hecho de que las islas del Pacífico se estén hundiendo o que los huracanes dejen sin hogar a los/las pequeños/as agricultores/as de América Central es de poco interés para los mercados financieros porque los pobres no están asegurados y no tienen bienes, y solo los bienes de valor monetario se negocian en los mercados financieros.
Tres categorías de riesgo para los mercados financieros
En su discurso en Lloyd's, Carney dividió los riesgos climáticos para los mercados financieros en tres categorías que siguen siendo relevantes hoy en día. En primer lugar, están los riesgos físicos, la destrucción de bienes, los daños a la infraestructura y a la propiedad (como edificios e instalaciones de producción) debidos a fenómenos meteorológicos extremos como tormentas e inundaciones a consecuencia del cambio climático, pero también la consiguiente interrupción de las actividades económicas. Por ejemplo, los huracanes Sandy y Harvey, que causaron enormes daños en Nueva York y Houston (Texas), respectivamente. Estos riesgos afectan en primer lugar a las compañías de seguros y reaseguros, que están obligadas a pagar a sus clientes en caso de desastre. La empresa reaseguradora Munich Re viene advirtiendo sobre las consecuencias del cambio climático para las aseguradoras y los mercados financieros en su conjunto desde principios de los años 90. Así que no es coincidencia que Carney diera su discurso en Lloyd's, el mercado de seguros más tradicional.
En segundo lugar, se trata de los riesgos de la transición a una economía con cero emisiones, especialmente para las empresas que producen altos niveles de las mismas. Por un lado, se trata de un cambio tecnológico y de valor forzado, ¿harán Daimler o BMW la transición a la movilidad con cero emisiones? ¿Qué pérdidas sufrirán las aerolíneas si se extiende la "vergüenza de volar"? Otro "riesgo" de la transición es uno bastante deseable, el de las decisiones abruptas de política climática (como prohibiciones, objetivos de reducción estrictos, altos precios del CO2, recortes a los subsidios que perjudican el clima o sentencias judiciales). Estas pueden devaluar las inversiones en activos fijos y hacer colapsar repentinamente los mercados y el comportamiento de los consumidores. Aunque hasta ahora los políticos han sido demasiado indecisos para reaccionar ante la crisis climática, en algún momento deben reaccionar, incluso si lo hacen a partir del resultado de un caso judicial, como en los Países Bajos, donde la demanda presentada por unos jóvenes obligó al gobierno a hacer más para proteger el clima. Cada vez más se habla de la "respuesta inevitable" de las políticas a la crisis climática.[12]
El tercer riesgo es el de la responsabilidad civil. Un ejemplo es la demanda presentada por el guía de montaña y agricultor peruano Saúl Luciano Lliuya contra la empresa eléctrica alemana RWE ante los tribunales alemanes. El derretimiento de los glaciares de los Andes peruanos podría desencadenar aluviones y destruir el pueblo de montaña donde vive Lliuya. Una empresa como RWE, que ha contribuido significativamente al aumento del nivel de CO2 en la atmósfera durante décadas, es demandada para que contribuya a las medidas de protección. Incluso si RWE pudiera pagar la cantidad específica demandada con su "caja chica", una sentencia contra el grupo sería pionera y podría tener un impacto enorme en el valor corporativo de las empresas que generan una gran cantidad de CO2.[13]
BlackRock, ¿de un extremo al otro?
Pero ¿cuál fue realmente el comportamiento de las principales instituciones financieras? Y, sobre todo, ¿cómo deberían orientarse para cumplir la meta de París? En 2016, un consorcio de 15 ONG dirigido por Oil Change International publicó un estudio llamado The Sky’s Limit (El límite del cielo). Según ese estudio, las reservas existentes de carbón, petróleo y gas que ya están en producción contienen suficiente carbono para superar el presupuesto restante de CO2.[14] Sus autores/as concluyen entonces que todo financiamiento al desarrollo de nuevos yacimientos de carbón, petróleo, gas y sus infraestructuras relacionadas (oleoductos, puertos, ferrocarriles, etc.) no es compatible con los objetivos climáticos de París.
En 2019, una investigación publicada en la reconocida revista Nature analizó [15] la compatibilidad de la infraestructura existente de uso intensivo de CO2 (principalmente centrales eléctricas, plantas industriales y transporte) con el presupuesto de CO2 en un escenario de 1,5 y 2 °C. Este estudio también llegó a la conclusión de que -dependiendo del límite de temperatura y de los supuestos en los que se basa el presupuesto- todavía no puede entrar en funcionamiento ninguna o muy poca infraestructura de uso intensivo de CO2, y que la infraestructura existente probablemente tendrá que ser retirada de servicio prematuramente.
La Iniciativa de Seguimiento del Carbono (CTI, en inglés) fue más allá en su análisis sobre los proveedores de electricidad que cotizan en la bolsa. En nombre de la iniciativa de inversionistas Climate Action 100+, la CTI analizó el perfil de riesgo de los principales proveedores de electricidad que cotizan en bolsa con respecto a la compatibilidad de sus activos en las centrales eléctricas de carbón -con gran detalle a nivel de las centrales eléctricas- y los comparó con los objetivos climáticos de París.[16] El resultado para las grandes empresas de electricidad alemanas es que, si bien E.ON está en una buena posición tras la eliminación de todas las centrales eléctricas a carbón, los activos fijos de RWE y de los demás proveedores de electricidad con numerosas centrales eléctricas a carbón no se consideran compatibles con París.
Lo que hay que saber sobre RWE es que su segundo mayor accionista es BlackRock, el principal gestor de activos en el mundo con 7,4 billones de dólares, que es uno de los tres principales accionistas de muchas empresas. El jefe de BlackRock, Fink, ha dado una fuerte señal, algunos incluso la llaman histórica, con su ya mencionada carta a los directores ejecutivos. En ella anunció: "En vista de los crecientes riesgos de inversión relacionados con la sostenibilidad, nos inclinamos cada vez más a negar nuestra aprobación a los consejos de administración y supervisión si sus empresas no logran avanzar lo suficiente en la divulgación de información sobre sostenibilidad y las prácticas y planes comerciales en que se basan."[17] Luego, en mayo de 2020, BlackRock se puso serio, votando a favor de resoluciones sobre cambio climático en las reuniones de accionistas de ExxonMobil y Chevron, y presionando a la empresa eléctrica surcoreana KEPCO que planificaba centrales eléctricas a carbón en Indonesia y Vietnam.[18]
Sin embargo, BlackRock sigue encabezando la lista de los 30 principales inversionistas institucionales que invierten en empresas que desarrollan proyectos de carbón (los "Dirty Thirty" o 30 sucios). Según los análisis de la ONG Urgewald y otros, BlackRock posee bonos y acciones corporativas de 86 promotores de centrales eléctricas a carbón por un valor total de 17 600 millones de dólares.[19] Una actualización de los anuncios de enero publicados en mayo de 2020 muestra que BlackRock está empezando a ponerse serio y que, por ejemplo, se retirará del financiamiento de minas de carbón. Un análisis publicado en febrero de 2020 por el Instituto de Inversiones BlackRock concluye que las estrategias de inversión sostenible no generan rendimientos inferiores a los habituales del mercado.[20] Esto puede facilitar la transición de BlackRock hacia la sostenibilidad, pero su principal modelo de negocios se interpone en el camino hacia un giro en su política climática. BlackRock distribuye principalmente fondos pasivos cotizados en bolsa (ETF, en inglés), que suelen replicar ciertos índices en el mercado de acciones o bonos. Esto significa que la decisión sobre la composición de este fondo es fija y no puede reasignarse fácilmente. BlackRock planea ser activo solo en fondos de gestión activa y en nuevos ETF.[21]
Pero no solo BlackRock está activo. Como nunca antes, las principales compañías de seguros del mundo, fondos de pensiones y otros inversionistas institucionales se están coordinando para ejercer una influencia conjunta. Fundaron la plataforma Climate Action 100+ en la Cumbre One Planet, celebrada en París en diciembre de 2017, para poner en común sus actividades relacionadas con el clima. En marzo de 2020, los 450 inversionistas participantes representaban unos 40 billones de dólares en activos. Su objetivo es apoyar a 100 "emisores de importancia sistémica" responsables de dos tercios de las emisiones industriales mundiales y a otras 61 empresas con un potencial significativo de transformación del sistema energético. Los inversionistas están exigiendo reducciones en las emisiones de estas 161 empresas a lo largo de toda su cadena de valor, de conformidad con el objetivo de París de "muy por debajo de los 2 °C", una mejor gobernanza de los riesgos climáticos a nivel de las juntas directivas y una mejor divulgación relacionada con el clima, de conformidad con las normas del TCFD. En el primer informe de progreso de Climate Action100+ se nombra a empresas desde Nestlé hasta Heidelberg Cement y Volkswagen, que se han comprometido a adoptar medidas de neutralidad climática (net zero) para 2050.[22] Pero aquí también tenemos que analizar de cerca lo que significa "neutralidad climática", ¿es reducir las emisiones a cero o simplemente comprar dudosos certificados de compensación?
Bancos comerciales privados: pequeños pasos demasiado tímidos
Además de los gestores de activos, los grandes bancos privados son especialmente relevantes pero ¿cómo son en realidad sus estrategias de negocios? Todos los años, desde la Convención de París sobre el Clima de 2015, una asociación de ONG estadounidenses y europeas presenta un estudio en el que se examinan las prácticas de financiamiento de los 35 principales bancos privados del mundo. Según el último informe desde la Cumbre Climática de París, es decir, entre 2016 y 2019, bancos canadienses, europeos, japoneses, chinos y estadounidenses han inyectado 2,7 billones de dólares al sector de los combustibles fósiles.[23] Estos canalizan enormes sumas de dinero para la extracción de arenas alquitranadas, petróleo y gas en el Ártico, en aguas profundas o a través del fracking. Cuatro bancos estadounidenses (JPMorgan Chase, Wells Fargo, Citi y Bank of America) encabezan la lista de 35 bancos que invierten en el sector de los combustibles fósiles. El líder absoluto es JPMorgan Chase.
Las minas de carbón ocupan un lugar destacado en la agenda de las instituciones financieras chinas y japonesas. Aunque su financiamiento de centrales eléctricas a carbón está disminuyendo, los cuatro bancos más grandes de China siguen siendo responsables de más de la mitad del financiamiento a minas de carbón y centrales eléctricas en todo el mundo. En general, debido a la presión pública y a las campañas mundiales, los préstamos para la infraestructura del carbón en particular están disminuyendo. Entre 2016 y 2019, los préstamos a los 30 mayores inversionistas en minería de carbón se redujeron en un 6 %, y en un 13 % para los 30 principales operadores de centrales eléctricas a carbón.
En vista del destacado papel que desempeña el importante banco estadounidense JPMorgan, cabe destacar un informe de 22 páginas escrito por su Unidad de Investigación en enero de 2020. Este informe resume los principales hallazgos de la ciencia climática y llega a la siguiente conclusión: "no podemos excluir la posibilidad de consecuencias catastróficas [del cambio climático] que amenazan la vida humana tal como la conocemos."[24]
Al final, la conclusión es decepcionante. El escenario más probable es que se mantenga el statu quo, es decir, que la actividad continúe sin cambios con el riesgo de que se produzcan daños climáticos catastróficos e irreversibles. La revista The New Republic tituló un artículo sobre el informe con un revelador juego de palabras difícil de traducir: The planet is screwed, says bank that screwed the planet (El planeta está arruinado, dice el banco que lo arruinó).[25] No sabemos si este informe, con su pesimista conclusión, sirve para justificar la irresponsable estrategia de negocios de la gerencia de JP Morgan o si llevará a un replanteamiento. El anuncio de JPMorgan en febrero de 2020 de que tiene la intención de retirarse de negocios con empresas que explotan principalmente minas de carbón para el año 2024 es al menos un paso pequeño, aunque demasiado tímido.[26] No obstante, en la asamblea general anual del banco, en mayo de 2020, la dirección de JPMorgan rechazó una resolución respetuosa con el clima propuesta por los accionistas, aunque por poco.[27]
¿Luz de esperanza en Europa?
Por otro lado, ¿cuál es la situación en Europa? 10 bancos europeos han adoptado normas restrictivas para la financiación crediticia de proyectos de arenas alquitranadas y, en todo el mundo, 21 de los 35 bancos comerciales encuestados tienen restricciones para proyectos de carbón o se han retirado de ellos.[28] En Europa, Barclays otorga 85 000 millones de dólares en préstamos para el funcionamiento continuo del sector de los combustibles fósiles y 24 000 millones de dólares para su desarrollo y expansión. El Deutsche Bank ocupa el puesto 19 en la lista de 35 bancos privados. Solo en los tres años siguientes a la adopción del Acuerdo de París ha invertido unos 53 000 millones de dólares en el sector de los combustibles fósiles. En 2017, el banco revisó su política de financiamiento del carbón. El Deutsche Bank y sus filiales se comprometen así a no financiar ningún proyecto de carbón nuevo. El banco quiere reducir su compromiso actual en el sector del carbón. Sin embargo, la aplicación de esta directiva es claramente insuficiente. Después de todo, incluso en 2019, el Deutsche Bank era uno de los principales financistas de Europa en el sector del carbón.[29]
En conclusión, la buena noticia es que cada vez más bancos están restringiendo las inversiones en combustibles fósiles. El foco sigue centrado en el carbón, pero lenta y gradualmente los bancos también se están comprometiendo a retirarse de nuevos proyectos de petróleo y gas en el Ártico o en los fondos marinos y de proyectos de arenas alquitranadas. Sin embargo, si se consideran los objetivos del Acuerdo de París sobre el clima, no solo no debería haber más inversiones y créditos en el sector de los fósiles sino que tendría que comenzar además el gran retiro, pero hasta ahora no hay señales de ello.
Debido al fracaso generalizado del sector bancario, en los últimos años los/las activistas de las ONG han dirigido su atención cada vez más a las compañías de seguros. Y no solo en su papel de grandes gestores de activos, sino también en su papel de aseguradores de grandes inversiones en activos de combustibles fósiles, como las centrales eléctricas a carbón. Así como no se puede obtener un crédito hipotecario para un edificio sin un seguro contra incendios y otros daños, es difícil y a veces imposible construir o hacer funcionar una central eléctrica a carbón o una mina sin un seguro.
La campaña "Unfriend Coal" (Deja de ser amigo del carbón) de 13 ONG de Europa, América del Norte y Australia, ya ha instado con éxito a numerosas compañías de seguros a abandonar el carbón. A finales de 2019, la alianza informó que las compañías de seguros, como inversionistas, ya habían decidido desinvertir el 37 % de sus activos, casi 9 billones de dólares. Y ya el 46% de las reaseguradoras (por su participación de mercado) ha adoptado políticas que excluyen al menos nuevos negocios con pólizas de seguro para centrales eléctricas o minas de carbón, pero también para algunos negocios anteriores.[30]
Esto demuestra que en una parte nada despreciable de los mercados financieros mundiales existe un impulso contra las inversiones intensivas en CO2 como el carbón o las arenas alquitranadas. Acontecimientos económicos reales, como la gran caída del costo de las energías renovables o las baterías, más la creciente presión de las campañas de la sociedad civil son igualmente importantes en este contexto. Incluso los daños climáticos cada vez más evidentes, como los enormes incendios forestales en Australia entre noviembre de 2019 y enero de 2020, demuestran que el tema no puede seguir siendo ignorado.
El estado interviene
Hay señales de que los proyectos y empresas con altas emisiones de CO2 tienen dificultades para recaudar dinero en los mercados de capitales. El periódico Financial Times cita a un analista de la agencia de calificación de riesgo Moody's que dice que la principal empresa de carbón cotizada en el mundo, Peabody, no pudo obtener financiamiento en los mercados para una empresa conjunta con su competidor ArchCoal.[31] La central eléctrica a carbón polaca Ostroleka C, que ya está en construcción, fue puesta en espera por los grupos Enea y Energa en febrero de 2020 debido a dificultades de financiación. Los informes de prensa también mencionan la nueva política energética del Banco Europeo de Inversiones (BEI).[32] La controvertida mina de arena alquitranada Teck Frontier en Alberta (Canadá), está deteniendo sus planes aludiendo explícitamente al deseo de los inversionistas de obtener productos lo más "limpios" posible.[33]
En un artículo que hace referencia a un análisis de Bloomberg New Energy Finance, Dan Murtaugh informa que la mitad de las 41 centrales eléctricas a carbón previstas en Vietnam e Indonesia hasta la fecha no tienen financiamiento, y es cada vez más improbable que puedan lograrlo, dadas las políticas cada vez más restrictivas de los bancos en Japón, Corea del Sur y Singapur.[34] La oferta pública inicial de acciones (OPI) de Saudi Aramco tampoco pudo realizarse en uno de los principales centros financieros del mundo, sino que tuvo que hacerse en una bolsa de valores saudí. El Financial Times informa que los ingresos récord de la OPI atrajeron poco capital internacional y en su lugar tuvieron que pagar 5 000 millones de dólares de Abu Dabi por ella: dineros de los acusados de corrupción y generosos préstamos de bancos saudíes a inversionistas privados.[35]
Ahora, en la primavera europea de 2020, a esto se sumaría la fuerte caída de los precios del petróleo, causada por la crisis económica mundial provocada por el coronavirus y la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia. Esto conduce a un enorme deterioro de la situación de las ganancias de los grupos petroleros y gasíferos y reducirá aún más el atractivo de este segmento del mercado para los inversionistas financieros. Por eso es tan importante que los Estados no entreguen compensaciones ni armen paquetes de ayuda para las industrias de combustibles fósiles. Desafortunadamente, suele ocurrir lo contrario. Cuando el capital privado se retira, los gobiernos intervienen. La mina Carmichael del grupo indio Adani en Queensland (Australia) fue objeto de intensas campañas de ONG que ejercieron presión sobre los posibles financistas. Ahora que casi todos los privados se han retirado, el Gobierno está otorgando enormes subsidios. El centro de pensamiento IEEFA estima que las subvenciones estatales para el proyecto[36] que el grupo Adani alguna vez quiso autofinanciar, son de 4400 millones de dólares australianos (unos 2350 millones de euros). En Canadá, el Estado también intervino y compró el muy disputado proyecto de oleoducto Transmountain por 4500 millones de dólares canadienses (2800 millones de euros) después de que el operador privado e inversionista original Kinder Morgan se rindiera.[37] Los costos ahora han explotado, llegando a 12 600 millones de dólares canadienses.[38] El oleoducto traerá petróleo extremadamente dañino para el clima desde las arenas alquitranadas de Alberta hasta la costa cerca de Vancouver, desde donde será enviado a todo el mundo. El Gobierno de Justin Trudeau, que suele ser bastante progresista, está tratando de impulsar este proyecto ecológicamente catastrófico por todos los medios posibles pese a la enorme resistencia de amplios sectores de la población de Columbia Británica, y particularmente de varios grupos indígenas.
Además, cuando la industria petrolera canadiense comenzó a tambalearse tras la crisis del coronavirus y la caída de los precios del petróleo, el Gobierno federal canadiense elaboró un paquete de rescate que se estima en 15 mil millones de dólares canadienses (unos 9400 millones de euros).[39] El centro de pensamiento británico Vivid Economics analizó los paquetes de rescate de 17 países importantes, observando predominantemente medidas a favor del carbón que son perjudiciales para el medio ambiente y el clima.[40]
El instinto gregario de los mercados
Las instituciones financieras de Japón y sobre todo de China también siguen financiando centrales eléctricas a carbón y otras inversiones similares de uso intensivo de CO2 en el extranjero. Sin embargo, los financistas japoneses están recibiendo la creciente presión de una campaña coordinada de las ONG dirigida a ese país con motivo de su presidencia del G20 en 2019 y los Juegos Olímpicos de 2020-21. Si bien en China se habla mucho de una "Ruta de la Seda Verde", hasta ahora han faltado políticas concretas que limiten significativamente el financiamiento de los combustibles fósiles.
Finalmente, nuevos inversionistas privados están llenando el vacío dejado por algunos bancos. Patrick Jenkins argumenta en el Financial Times que los inversionistas de capital privado están mostrando un mayor interés en sectores de la industria de combustibles fósiles. "Mientras el flujo de caja sea atractivo, apostarán por el carbón, el petróleo y el gas, independientemente de si los bancos tradicionales y los grandes gestores de activos están involucrados o no."[41]
En resumen, aunque hay una clara tendencia a alejarse de los combustibles fósiles, sería prematuro declarar por ahora el fin del carbón, el petróleo y el gas en el mercado de capitales. Aún no sabemos si la burbuja de carbono ya estalló y si el instinto gregario de los mercados se está volviendo definitiva y mayoritariamente contra las inversiones en combustibles fósiles. Las grandes inyecciones de liquidez de los bancos centrales podrían estabilizar una vez más el debilitado imperio de los combustibles fósiles. Sin embargo, hay claros indicios de que pronto se podría llegar a un punto de inflexión, no solo en los ecosistemas, sino también en el sistema financiero. Esto sin duda traería consigo nuevos riesgos económicos, pero que deben tomarse para evitar una mayor destrucción de nuestros medios de subsistencia.