Nuestra Experiencia de Feminismo Comunitario

Nosotras sentimos en nuestros cuerpos las heridas que nos deja la violencia sexual, los golpes y las humillaciones, tanto como sentimos la intoxicación de los agroquímicos, los dolores que dejan nuestros muertos y muertas en los desastres naturales, o cuando desaparecen ríos, bosques, que eran parte de nuestra memoria y nuestra cultura; también sentimos en nuestros cuerpos las heridas de la desigualdad, de la pobreza y la exclusión, del racismo.

Cartel Mujeres Vía Campesina

Primero que todo quisiera contarles qué es Ditsö y qué es lo que hacemos. Ditsö es una organización política, no partida, que cree en la transformación de nuestras realidades desde abajo. Nos consideramos una organización política porque el fin de nuestro trabajo es el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias-de base, que defienden su territorio y sus bienes comunes.

Creemos que las soluciones a la crisis climática y a la crisis societaria que vivimos actualmente, solo pueden suceder si las comunidades deciden y tienen control sobre sus bienes naturales y culturales. Ese es un proceso en el que ya llevamos casi 20 años caminando. Concretamente en Costa Rica trabajamos en la zona norte-norte, que es la zona fronteriza con Nicaragua, en los cantones de Upala, Guatuso, Los Chiles y San Carlos.

También trabajamos en la zona sur-sur, más cercana a la frontera con Panamá. En ambas zonas, principalmente acompañando a organizaciones de los pueblos originarios y a organizaciones de comunidades campesinas.

Desde hace aproximadamente dos años, iniciamos un trabajo con las compañeras de la zona norte, algunas de ellas se encuentran aquí, y es esta la experiencia de feminismo comunitario que queremos compartirles, nuestra experiencia tica, porque sabemos que este es una camino que empezaron las compañeras en Guatemala y en Bolivia. Les comento que hemos aprendido: En la construcción de las comunidades y en los procesos de defensa de la naturaleza y del territorio, las mujeres siempre han tenido un papel fundamental, han trabajado duro para sacar adelante a sus comunidades y familias, pero han estado invisibilizadas y sus opiniones e ideas no se han tomado en cuenta en las decisiones sobre el desarrollo de estos lugares.

No han estado en los espacios de tomas de decisión a nivel comunitario. Además, las mujeres que formamos parte de organizaciones comunitarias, mixtas (donde hay hombres y mujeres), enfrentamos muchísimos obstáculos y violencias. Las familias que presionan para que una no este fuera de la casa, para una acepte “su lugar”, los maridos que agreden de múltiples maneras a sus esposas porque se sienten amenazados si ellas salen a las actividades, los vecinos y vecinas que hablan mal de las compañeras (que son vagas, que son putas, que están buscando un hombre ahí), pero también la violencia de los propios compañeros que no tienen conciencia sobre el valor de nuestro trabajo, y que nos acosan o agreden sexualmente, que nos difaman y sabotean si proponemos cosas que afectan las jerarquías y las relaciones de poder patriarcales.

De estas experiencias nace nuestro feminismo, porque queremos ser parte del crecimiento y el desarrollo de nuestras comunidades, desde otras perspectivas sobre el desarrollo, queremos defender nuestros ríos, bosques y animales, queremos tener oportunidades de trabajo, trabajar nuestra tierra, queremos ser vistas como humanas con todos los derechos, queremos vivir libres de violencia, nos queremos vivas y plenas.

Cuando hablamos de feminismo comunitario lo hacemos porque nos sentimos identificadas con lo que han planteado las compañeras feministas en Guatemala y en Bolivia: creemos, como ellas, en la defensa del cuerpo-territorio. El cuerpo es nuestro primer territorio de lucha, contra el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo.

Nosotras sentimos en nuestros cuerpos las heridas que nos deja la violencia sexual, los golpes y las humillaciones, tanto como sentimos la intoxicación de los agroquímicos, los dolores que dejan nuestros muertos y muertas en los desastres naturales, o cuando desaparecen ríos, bosques, que eran parte de nuestra memoria y nuestra cultura; también sentimos en nuestros cuerpos las heridas de la desigualdad, de la pobreza y la exclusión, del racismo.

Y estos dolores muchas veces nos paralizan, o nos hacen creer que está bien vivir así, que es normal. Y no lo es. Sanar nuestros sentires y nuestros cuerpos es un acto profundamente político, nos permite reconocer y abrazar nuestro poder interior, que es el motor de nuestras luchas, para poder confrontar estas violencias. Esto quiere decir que todo lo que pasa en nuestros territorios afecta nuestras vidas, nuestros cuerpos, al igual que todo lo que sucede en nuestros cuerpos afecta el territorio.

Esta relación entre el cuerpo y el territorio implica una transformación profunda de las maneras en que hemos visto la política y la organización, implica conectarnos con nosotras mismas y con las demás. Aunque somos distintas, venimos de diferentes países, con diferentes historias, con diferente color de piel, con diferente idioma, sabemos que solo aliándonos podremos cambiar, y esto significa revisar privilegios y desigualdades.

También implica que los compañeros, y algunas compañeras, estés dispuestos a cambiar las formas en que nos relacionamos y nos acompañamos en la construcción de alternativas frente a esta crisis climática, que es parte de una crisis civilizatoria.

Necesitamos ser aliadas y aliados y eso pasa porque los movimientos ecologistas se abran a esto que planteamos, que incorporen nuestras demandas como feministas, no solamente en el discurso, sino sobre todo en las acciones. En la medida que esto suceda, podemos visualizar un horizonte común, donde nuestras luchas y alternativas se articulen.

Las mujeres nos estamos convirtiendo en una fuerza transformadora de nuestras sociedades y queremos ser parte de un proyecto de sociedad distinto, que ponga la vida en el centro.