A los 38; me declaro abiertamente feminista. Muchas de mis amigas ya lo son. Una de ellas publica en mi FB un comentario sobre que jamás pensó que alguien como yo se iba a declarar feminista. Lo sentí como un reclamo o un juicio. Yo también quiero y puedo, me dije.
A los seis años; mi madre se ofreció a recortar ella misma mi pelo largo para no tener que ir al salón de belleza, me lo fue quitando, poco a poco, pero siempre le quedaba disparejo, hasta que, para emparejarme, me dejó el cabello al ras. Con mi cabeza de cerillo; me presenté en primer grado de primaria donde mis compañeros me llamaron 'varón con falda'. Tuve mucha confusión, me sentí rechazada, 'fuera de lugar'. No había leído a la filósofa estadounidense Judith Butler, quien dice que el género no depende del sexo.
En los años noventa; mi madre fue de las primeras que tomó y organizó charlas con 'enfoque de género' en El Salvador pero yo no entendía por qué seguía lavando los platos y mi padre no. Eso siempre me molestó. Sin embargo, no soporto ver los platos sucios sin lavarlos.
Desde los nueve años; fui testigo de cómo a mis compañeras del colegio les iban creciendo sus senos ante el regocijo de mis compañeros. A mí eso nunca me pasó, por lo que mis compañeros me llamaban 'tabla-tablares'. También me decías 'patas de bisonte' por mis piernas torneadas.
Cuando era niña; vi afuera del parque a un hombre que nos enseñó el pene a mí y a mis dos hermanos pequeños; corrimos.
Menstrué a los 13 años. Mi padre me regaló una docena de flores amarillas con una nota que decía: “Felicidades por convertirte en mujer”, pero yo no me sentía tan contenta. Lloré ese día. Mi mejor amiga me dijo cómo se colocaba una toalla sanitaria porque mi madre no había hablado conmigo de ese tema.
A los 13 años; empecé a escribir textos poéticos.
Cuando desarrollé, me empecé a sentir incómoda. De niña, me sentía a salvo en pantalones y camisetas o vistiendo lo que yo quería, de repente, tenía que soportar comentarios no solicitados y la mirada diferente e interesada de amigos y desconocidos.
A los 15, me peleé con mi hermana mayor porque una tarde no me dejaba salir en shorts, le gritó a mi madre que me iban a violar por usar shorts y ella sería la culpable por dejarme salir así. Solemos culpar a las madres de muchas cosas que no necesariamente les corresponden.
En la secundaria; se nos ocurrió jugar a darnos nalgadas entre niñas y niños. Una niña que no aceptó participar en el juego me dijo que yo era una 'zorra' por participar en dicha ocurrencia. Yo no entendí muy bien qué tenía de malo el juego. Ese apelativo no se me quitó de encima porque tuve muchos novios en el colegio y la universidad. Todavía me molesta.
Mi hermano menor una vez me dijo 'puta'. No se me olvida.
Mi hermano menor aceptó dinero de uno de sus amigos por visitarlo en la casa y así poderme ver. Yo tenía 16; él, 13.
A los 17; mi madre me dijo, frente a mi entonces novio, que estaría bien que tuviéramos relaciones sexuales pero debíamos usar condón. Quise que la tierra me tragara. Esa fue la clase de educación sexual más larga que recibí de mi madre. Sin contar la explicación de mi padre sobre el polvo cósmico.
A los 22 años; empecé a ejercer el periodismo en El Salvador. Viví acoso sexual de algunos jefes, compañeros y fuentes periodísticas. Era grotesco y a veces insoportable. Una vez el director de Centros Penales me llamó borracho a las tres de la mañana. Sin motivo.
Mi mejor amigo me dijo que las mujeres no debíamos quejarnos porque ahora ya teníamos las mismas oportunidades que los hombres, le dije que sí, pero en el fondo no le creí. Mis amigos de la universidad hacían chistes muy crueles sobre las feministas. Tal vez eso me alejó del feminismo demasiado tiempo.
Mi padre me advirtió, a los 25 años, cuando me fui de casa y del país, que no practicara la promiscuidad. No le dijo eso a mis hermanos. Mi padre dice que él no es machista. Yo le dije que los machistas no son extraterrestres. Todos los que crecimos en esta sociedad somos machistas, de alguna u otra manera.
Un hombre de mi familia fue descubierto en infidelidad a su esposa, bueno, dos. Una esposa perdonó al esposo; el segundo engaño disolvió un matrimonio de diez años.
Cuando cumplí 27; mis amigos y mi entonces novio me regalaron un pastel de chocolate en forma de nalgas en alusión a esa parte de mi cuerpo que siempre ha destacado del resto. Les pareció gracioso. A mí también. Ya no.
A los 30 años; sufrí un intento de violación de parte de un hombre con posgrado, educado en el extranjero y director, en ese entonces, de un centro artístico y educativo, amigo de mi entonces compañero de citas y mi amigo de infancia; mientras yo dormía y mi amigo estaba en el baño. No pude contarle a mi amigo lo que pasó hasta el día siguiente. Él le reclamó al atacante. Yo solo se lo conté a una amiga. Durante mucho tiempo, sentí que era mi culpa por haberme quedado dormida.
A los 35; en un foro, la escritora Sandra Lorenzano me preguntó si era feminista y yo le dije que no me sentía preparada porque no había leído lo suficiente al respecto.
Leí textos feministas. Vi documentales sobre el feminismo.
A los 36; tuve, mediante cesárea, un hijo varón y fue el año en que gané mi segundo premio nacional de poesía en El Salvador. Un jurado de tres hombres dijo que mi libro “Atávica memoria: Virginia” era “feminista pero sin caer en el panfleto”. Esa idea de que el feminismo es 'panfletario' no me parece.
A los 37; escribo la obra de teatro “Mamífera”, sobre mi mutación convulsa al convertirme en madre. He escrito sobre la depresión y la angustia de la maternidad frente al ideal utópico de la madre sacrificada. Me considero madre divergente.
A los 38; me declaro abiertamente feminista. Muchas de mis amigas ya lo son. Una de ellas publica en mi FB un comentario sobre que jamás pensó que alguien como yo se iba a declarar feminista. Lo sentí como un reclamo o un juicio. Yo también quiero y puedo, me dije.
Hace pocas semanas, un grupo de mis estudiantes de bachillerato salió al balcón del segundo piso de la escuela y me gritó: “¡Que se mueran las mujeres!” cuando yo cruzaba a pie el estacionamiento. Creo que porque en clase abordamos la teoría crítica y el feminismo y eso ha cuestionado mucho su forma de vida. Vivimos en Acapulco, Guerrero, México. Uno de los lugares del mundo donde ocurren más feminicidios. Se me doblaron las piernas. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Me sentí fracasada como maestra. También corre el rumor de que odio a los hombres. No, no los odio.
Uno de mis mejores amigos me dijo que sospecha de una pseudofeminista española.
Otra periodista me mandó artículos para prevenirme del feminismo hegemónico. Reconozco que, como mujer, soy privilegiada, tuve educación universitaria y pude elegir ser artista gracias al apoyo de mi familia. Sin embargo, a mis casi 39 años soy trabajadora independiente. Tengo seguro social gracias al trabajo de mi marido. No poseo un patrimonio propio, ni seguro social propio, ni estoy cotizando a una pensión.
El sábado iba en un taxi colectivo al que se subió un hombre sospechoso. Tuve miedo de ser secuestrada por ser mujer, por volver tarde. No pasó.
En 1929; Virginia Woolf escribió que las mujeres necesitamos un cuarto propio y dinero para poder escribir. En los últimos días, he rechazado hacer trabajos intelectuales porque no me iban a pagar.
Soy feminista porque no quiero que en África a las niñas las castren; porque no quiero que a niñas como Malala les disparen por querer ir a la escuela; porque no quiero que a las niñas las vendan; porque no creo que decirle a alguien 'eres bien nena' o 'siéntese, señora' sea un insulto; porque me cansé de 30 años de acoso sexual callejero; porque cuando buscamos en internet la palabra 'filósofas neopositivistas', inmediatamente, el buscador pone 'filósofos neopositivistas' y eso no está bien; porque en los programas de literatura y filosofía no aparecen mujeres o sólo muy pocas; porque soy madre y no quiero ser madre objeto sino madre sujeto; porque aunque soy madre no dejé de ser mujer; porque soy artista y veo cómo muchas de mis colegas mayores de 60 años viven situaciones de precariedad económica; porque no quiero que mis estudiantes se burlen de sus compañeras o las llamen 'viejas' y las descalifiquen; porque me alegra que una de ellas vaya a estudiar nanotecnología gracias a mujeres como María Montessori, quien entró sola a estudiar a finales del siglo XIX a una universidad italiana mientras la acosaban y abucheaban, gracias a que Virginia Woolf se quejó en 1929 de no poder entrar sin tutor a las bibliotecas inglesas, gracias a las trabajadoras de la Ford que se fueron a huelga y, por primera vez, equipararon los sueldos femeninos con los masculinos.
Soy feminista porque el género 'homo' (primates homínidos bípedos y plantígrados) tiene 2.5 millones de años sobre La Tierra y nosotras solo 62 años de haber obtenido el voto.
Soy feminista porque, en verdad, y de manera sencilla, quiero igualdad de derechos y oportunidades pero, sobre todo, como dice Nancy Fraser:
“Para mí, el feminismo no es simplemente un asunto de poner un puñado de mujeres individuales en puestos de poder y privilegio dentro de la actual jerarquía social. Es ir más allá y superar estas jerarquías. Esto requiere desafiar las fuentes estructurales de la dominación de género en la sociedad capitalista, sobre todo, la institucionalización de supuestamente dos tipos de trabajo: por un lado, aquella llamada trabajo productivo, históricamente asociado con hombres y remunerado a través de salarios; por el otro lado, las actividades de cuidar, habitualmente no remuneradas y aún ejecutadas principalmente por mujeres. Desde mi punto de vista, esta división jerarquizada y generizada de la producción y la reproducción es una estructura que define la sociedad capitalista y una fuente profunda de asimetrías de género imbricada en ella. No puede haber emancipación de la mujer mientras estas estructuras se mantengan intactas”. (Nancy Fraser, “How feminism became capitalism's handmaiden - and how to reclaim it,” The Guardian.com, October 14, 2013 https://www.theguardian.com/commentisfree/2013/oct/14/feminism-capitalist-handmaiden-neoliberal).
Tal vez sea utópico, pero espero no morir sin contribuir mediante mi trabajo a cambiar estructuralmente este patrón sistémico de desigualdad entre mujeres y hombres. Tengo un compañero y un hijo. No odio a los hombres. Sé que los hombres también padecen las consecuencias del machismo que no les permite ser seres completamente libres y plenos y que les exige, como dice Rita Segato, antropóloga y feminista argentina, demostrar capacidad y control en todo momento. También espero contribuir a cambiar las ideas del amor romántico y de los roles y estereotipos. Por Virginia, por todas y todos. Y, quizás, sobre todo, por las mujeres artistas, para que no lleguemos a la tercera edad en precariedad económica.
Lauri Cristina García Dueñas, Acapulco de Juárez, México, miércoles 6 de marzo de 2019.