Diálogos entre el campo y la ciudad

El antagonismo entre lo rural y lo urbano niega las relaciones dinámicas entre estos territorios, creando barreras para la agricultura familiar y generando desigualdades sociales e inseguridad alimentaria. Los movimientos agroecológicos han generado experiencias que buscan tejer relaciones dignas y justas entre estas dos geografías.

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Jovenes en zona suburbana frente a un pequeño invernadero.

En América Latina, la densidad demográfica de las ciudades ha aumentado rápidamente debido a factores como la concentración y el acaparamiento de tierras, el empobrecimiento de la agricultura familiar, campesina e indígena, la exacerbación de la violencia y los conflictos en el campo y el cambio climático. El 80% de la población de América Latina vive en ciudades, lo que convierte a la región en la más urbanizada del mundo. Este proceso de éxodo rural ha debilitado los sistemas agroalimentarios, ya que cada vez hay menos trabajadores y trabajadoras rurales dedicados a la producción de alimentos, y ha creado una serie de retos para la agricultura familiar.

Uno de estos desafíos es el transporte de la producción. En Argentina, por ejemplo, la alta concentración urbana se ve agravada por las largas distancias que deben recorrer los alimentos desde el campo hasta la ciudad: el 40% de la producción viaja entre 40 y 50 kilómetros para llegar a los centros de abastecimiento, pero otro 40% recorre más de 1.900 kilómetros, lo que contribuye a la pérdida de al menos el 45% de estos alimentos. Crear una cultura de consumo consciente y politizada ha sido una de las iniciativas del movimiento agroecológico latinoamericano para fortalecer las relaciones ecológicas y la interdependencia rural-urbana. Mediante esta estrategia, los consumidores de alimentos que viven en las ciudades establecen lazos de solidaridad con los actores rurales que cultivan la mayor parte de lo que se consume en las ciudades. En Argentina, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) ha creado Colonias Urbanas de Abastecimiento Agroecológico para fomentar esta comercialización directa.

Aunque es necesario ampliar las redes que conectan a los actores urbanos y rurales, la aplicación de prácticas agroecológicas ha dado sus frutos. Hay varios ejemplos significativos en el continente. Está el Comité SALSA en Colombia, una red de organizaciones sociales, populares, campesinas y urbanas que visibilizan el trabajo de los productores y mercados agroecológicos urbanos. También está el Distrito Rural Campesino de Medellín, que promueve la gestión pública y participativa de las áreas productivas de los cinco distritos de la ciudad. Según la Corporación Ecológica y Cultural Penca de Sábila, en esta ciudad viven unos 50.000 campesinos que producen 29 toneladas de alimentos al año. En México existen las Redes Alternativas de Alimentación (RAA), que comercializan en las cercanías de las ciudades para promover la dignidad de los productores y la variedad y salubridad de las dietas. En las últimas dos décadas, las RAA se han multiplicado: sólo en la Zona Metropolitana del Valle de México (área metropolitana de la Ciudad de México) se crearon 36 mercados alternativos entre 2003 y 2019.

Otro proceso defendido por los movimientos agroecológicos es la expansión de la producción de alimentos en las propias zonas urbanas. Según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la producción agrícola urbana en el mundo oscila entre el 15 y el 20%, aunque esta cifra podría ser mayor. Según Agroecologia em Rede (AeR), plataforma que ha mapeado más de 3.000 experiencias agroecológicas en Brasil y América Latina, actualmente hay 233 experiencias, grupos y centros de estudio de agricultura urbana y periurbana registrados en el continente.

La ciudad de Rosario, en Argentina, es un ejemplo del potencial transformador de los huertos urbanos. En 1987 se propuso el primer modelo en un barrio popular de la zona sur. Fue el origen de un movimiento agroecológico urbano que se consolidó durante la crisis económica de 2001 y 2002 y dio lugar a la creación del Programa de Agricultura Urbana de la Municipalidad de Rosario. Las mujeres lideran la red de huertas y participan en el 65% de las actividades. Hoy hay 1.500 agricultoras en Rosario que producen alimentos para autoconsumo y 250 que también venden sus excedentes.

Cuba también tiene una notable experiencia en agricultura urbana. En los años 90, durante la crisis económica que siguió a la caída de la Unión Soviética, la isla tuvo que replantearse sus sistemas de producción. Una apuesta fue el cultivo sostenible en las ciudades. En 2009, había 383.000 explotaciones urbanas que cubrían 50.000 hectáreas de terreno y producían 1,5 millones de toneladas de hortalizas, es decir, entre el 40 y el 60% del consumo urbano. En Bolivia existe el Programa Nacional de Agricultura Urbana y Periurbana (PNAUP). Aunque en la práctica carece de presupuesto público y de un marco normativo adecuado, este programa aprovecha los espacios domésticos y comunitarios para el cultivo y ha promovido el consumo de alimentos saludables entre las familias de bajos ingresos. Además, el Programa de Huertos Escolares complementa la dieta de los alumnos para mejorar el aprendizaje. En un estudio de huertos escolares realizado en 30 municipios del país, se encontró que 27 destinan lo cosechado a la Alimentación Escolar Complementaria (ACE).

Sin embargo, a pesar del inmenso potencial productivo de las zonas urbanas y periurbanas, estos procesos suelen darse en contextos de desigualdad y violencia, que a su vez provocan inseguridad alimentaria o hambre en las periferias de estos enormes centros urbanos. Con la pandemia de Covid-19, esta realidad se ha hecho más visible. En Uruguay, durante la pandemia, se creó en la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República el grupo de trabajo intergremial "Agronomía te invita a producir alimentos", que entregó semillas de más de 20 especies a cerca de 300 huertas familiares y 40 huertas colectivas, entre otras acciones destinadas a mitigar el impacto de la pandemia, beneficiando indirectamente a cerca de 150 emprendimientos familiares y colectivos. Acciones similares se han llevado a cabo en otras ciudades latinoamericanas, demostrando la necesidad de fomentar la creación de sistemas agroalimentarios adaptados a las zonas urbanas y periurbanas, para que sean más resilientes ante las crisis.

Sin embargo, uno de los mayores obstáculos a la agroecología urbana y periurbana reside en las políticas de ordenación del territorio y uso del suelo, que dan prioridad a la especulación inmobiliaria y encarecen los terrenos donde podrían crearse huertos comunitarios. No obstante, algunas políticas de planificación están allanando el camino, como la Ley 1.328 del Ayuntamiento de Palmas, en el estado brasileño de Tocantins, que instituyó el Programa Municipal de Agricultura Urbana, destinando el uso de áreas urbanas ociosas al cultivo de plantas medicinales, hortalizas, legumbres, frutas y otros alimentos. En este camino de consolidación de la agroecología urbana y periurbana, es necesario mapear más intensamente estas experiencias en las ciudades.

El momento de la agricultura urbana, grafica que muestra tres porcesos de la misma.

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