Saberes y diversidad biocultural

Las raíces más fuertes de la agroecología están en los principios y las prácticas ecológicas con las que mujeres y hombres campesinos, indígenas y afrodescendientes cultivan la tierra, cuidan los bienes naturales y generan conocimiento. Es así que el movimiento agroecológico considera urgente la protección de los saberes de estas comunidades. El futuro del planeta depende de esto.

Mujer Maya Chorty con semilla de rabano

Cerca del 46% de la población rural de América Latina es indígena o afrodescendiente. Estas comunidades son responsables, en gran medida, de la riqueza biológica que conserva el continente. Según la FAO, la superficie de los territorios que ocupan alcanzaría los 380 millones de hectáreas. No es posible pensar en la sustentabilidad del continente sin considerar el conocimiento de pueblos y comunidades que han convivido durante generaciones con una gran diversidad de ecosistemas, condiciones climáticas y suelos de todo tipo. Pueblos y comunidades que sufren una serie de violencias y cuyos modos de vida han sido despreciados por siglos por ser considerados arcaicos, constituyen uno de los pilares fundamentales de la agroecología.  

Desde un enfoque agroecológico, se entiende que los sistemas agroalimentarios no pueden ser estudiados en abstracto o fuera de su contexto histórico; dado que son resultado de las prácticas sociales y culturales que han coevolucionado con la naturaleza durante miles de años. Este diálogo histórico crea un sustrato común que posibilita el intercambio de información, conocimiento, creatividad, símbolos, materia y energía entre la humanidad y los ecosistemas.

Los paisajes, domesticados y naturales, son habitados por muchas comunidades según esquemas éticos, míticos y epistemológicos que establecen relaciones de interdependencia entre lo humano y lo no-humano. Muchas de ellas conciben a la naturaleza como sujeto de derechos. Un ejemplo de esto es la noción maya del Kanan Ka’ax (buen cuidado del monte), que alude a la necesaria reciprocidad entre el bosque nativo y las prácticas humanas de transformación. En toda América Latina hay muchos más ejemplos: Sumak Kawsay entre los quechuas de Ecuador, Suma Qamaña entre los aymaras de Bolivia, Ñandareko entre los guaraníes de Argentina, Brasil y Paraguay, Lekil Kuxlejal entre los tzeltal y los tzotzil mayas en México. En general, todas estas cosmovisiones coinciden en la noción de vivir con lo necesario y en armonía con lo que llaman la “Madre Tierra”.

Mapa de América Latina que muestra los paises con mayor número de pueblos indígenas en azul oscuro.

En América Latina, estas formas ancestrales de pensar y de vivir han permitido el desarrollo de complejos sistemas de producción. En Colombia, por ejemplo, la Asociación de Productores para el Desarrollo Comunitario de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú (ASPROCIG) reúne a 6.000 familias indígenas, afrodescendientes, campesinas y de pescadores que han diseñado sus agroecosistemas de acuerdo con los recursos hidrobiológicos de los humedales y la luz solar del trópico, y han implementado técnicas productivas transmitidas de generación en generación, como los Sistemas Agroecológicos en Diques Altos.

En Centroamérica, la base de la soberanía alimentaria campesina sigue siendo la milpa, una forma antiquísima de siembra que consiste en el cultivo asociado de maíz, habas y zapallos. Algo similar sucede en la selva amazónica colombiana con las chagras, extensiones de tierra de no más de una hectárea cultivadas por mujeres. Y asimismo en Brasil, donde indígenas y quilombolas mantienen vivas sus memorias de resistencia mediante la agricultura de coivara (técnica de cultivo itinerante).

De acuerdo con el Mapeo de pueblos indígenas, áreas protegidas y ecosistemas naturales de Centroamérica, pese a que las naciones indígenas siguen siendo excluidas en las decisiones sobre conservación, las áreas naturales más importantes de la región están en sus territorios: el 51% de selvas y bosques aún son habitados por pueblos originarios. En el mismo informe se advierte que los ecosistemas terrestres y marinos mejor conservados están en la Costa Caribe Centroamericana, donde se refugiaron los pueblos indígenas durante el periodo colonial. Por otro lado, según la base de datos Terras Indígenas no Brasil, mientras el 20% de la selva amazónica, el bioma brasileño más grande, ha sido deforestado en los últimos 40 años, las tierras indígenas han perdido tan solo el 2,4% de sus selvas originales en el mismo periodo.

Grafica sobre algunas prácticas ancestrales latinoamericanas.

El hecho de que muchas prácticas milenarias del continente hayan resistido el paso del tiempo y la negación de etnicidades, y hoy sean más productivas que otros sistemas modernos, tiene que ver con el conocimiento contextualizado y plural de los ciclos naturales. El reconocimiento de estos saberes por parte de ambientalistas y movimientos agroecológicos ha generado resultados positivos en América Latina. En los últimos años, por ejemplo, la minga indígena andina ha pasado de ser una forma de trabajo a un espacio de discusión entre líderes socioambientales, profesores y estudiantes, productores y consumidores, donde se comparten alimentos, saberes, prácticas e historias de vida. En Brasil, en 2019, se creó el grupo “Pueblos y comunidades tradicionales, etnias y ancestralidades” dentro de la Asociación Brasileña de Agroecología (ABA); una invitación para que las comunidades, investigadores, agricultores y guardianes de semillas, participen en la construcción de conocimientos agroecológicos.

Los pueblos originarios reivindican también el reconocimiento y el reaprendizaje de otros principios y prácticas ancestrales: el alimento como labor sagrada y familiar; las semillas nativas, el agua, la tierra y el aire como bienes comunes; las parcelas como escuelas y la organización colectiva como única forma de habitar los bosques. La agroecología pone en el centro de su quehacer el diálogo entre estos saberes y la práctica científica, con el fin de construir conocimiento en permanente interacción con la naturaleza y los pueblos que la habitan.

 

FUENTES

Roberto Angulo et al. (2018). La pobreza rural en América Latina: Qué dicen los indicadores sobre la población indígena y afrodescendiente de la región? Lima: IEP y FAO

Pueblos indígenas, afrodescendientes y etnias: fundamentales en la recuperación y transformación del mundo rural post COVID

CEPAL (2020). Los pueblos indígenas de América Latina – Abya Yala y la agenda 2030 para el desarrollo sostenible

Gerardo Suarez (2017). “Datos fundamentales de la propiedad social en México”. CCMSS

Stephanie Chevalier Naranjo (2021). “México, el país americano con mas población indígena”. Statista

 CEPAL (2014). “Los pueblos indígenas en América Latina”

FAO y FILAC (2021). Los pueblos indígenas y tribales y la gobernanza de los bosques. Una oportunidad para la acción climática en América Latina y el Caribe. FAO

ASPROCIG (2012). “La propuesta de desarrollo rural territorial: Una apuesta para la adaptación al cambio climático”. Semillas

Astrid Alvarez (2009). “Los faros agroecológicos: una propuesta integradora de la cultura afrocolombiana”. Semillas n.°38/39 [pp. 97-103]

Jane Simoni Eidt y Consolacion Udry (eds.) (2019). Sistemas agrícolas tradicionais no Brasil. Brasilia D. F.: Embrapa [p. 65]

IUCN (2016). Mapeo de pueblos indígenas, áreas protegidas y ecosistemas naturales de Centroamérica

MMA (2017). Estrategia e Plano de Acao Nacionais para a Biodiversidade – EPANB: 2016-2020

 


This article first appeared here: cl.boell.org