Tras décadas de emigrar a las ciudades por no encontrar oportunidades de estudio y estabilidad profesional en el campo, los jóvenes rurales de América Latina protagonizan ahora un retorno a sus territorios de origen. Este movimiento está vinculado al creciente interés de los jóvenes por las prácticas de producción agrícola sostenible, o agroecología.
La producción industrial de alimentos ha roto los lazos familiares y comunitarios de la agricultura tradicional y lleva décadas provocando el abandono del campo por parte de los jóvenes. Según datos de la CEPAL, el 80% de los jóvenes de América Latina vive en zonas urbanas y sólo el 20% en zonas rurales. En Uruguay, por ejemplo, el número de jóvenes rurales no llega al 5%; y aunque los jóvenes son la mitad de la población en Guatemala y Honduras, el 90% de la tierra productiva en estos países está en manos de hombres mayores de 50 años. Entre 2007 y 2019, según el Censo Agropecuario Mexicano, el porcentaje de productores mexicanos menores de 45 años pasó de 38% a 10,1%. No es la apatía lo que lleva a los jóvenes del campo a emigrar u ocupar otros empleos: en el campo tienen pocas oportunidades académicas, los empleos carecen de estabilidad, los salarios son precarios y hay dificultades para acceder a la tierra y a los medios de producción.
La marginación de esta población no sólo afecta a sus derechos a la tierra y a una vida digna, sino también a los modos de vida campesinos e indígenas que garantizan la defensa de sus territorios. En los Andes, por ejemplo, la agrobiodiversidad es un resultado directo de las relaciones familiares y comunitarias, que aún permiten el intercambio de semillas nativas y conocimientos relacionados. En Perú, los jóvenes de origen quechua-lama de la Alta Amazonia han aprendido de sus antepasados a cultivar a tres alturas para diversificar sus cosechas. También participan en festivales y rituales, asambleas comunitarias y actividades de minga.
En los últimos años, sin embargo, es cada vez más frecuente que familias jóvenes emigren al campo para dedicarse a la producción agrícola alternativa. Los jóvenes están recuperando, adoptando y difundiendo prácticas sostenibles. Desde 2017, por ejemplo, los agricultores más jóvenes del asentamiento Los Pescados, en México, preparan sus propios insumos para fertilizar sus cultivos de papa. Con el apoyo del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (Cesder) y la organización Sendas AC, los jóvenes promueven prácticas que integran tecnologías modernas y los conocimientos ancestrales de sus familiares y vecinos; y en 2020 pusieron en marcha una biofábrica piloto para involucrar a más familias en la producción de estos insumos.
En Guatemala, en 2019, 40 jóvenes rurales crearon la Cooperativa de Emprendedores del Valle para cultivar y vender hortalizas. En Costa Rica, hay un grupo de más de 100 mujeres jóvenes llamado Yunta Agroecológica, que trabaja para capacitar a personas en todo el país. A través del trabajo de base de movimientos sociales y escuelas campesinas, en las últimas dos décadas la juventud latinoamericana ha encontrado en la agroecología múltiples formas de organización que inspiran manifestaciones a favor de la soberanía alimentaria, el acceso a la tierra y la igualdad de género. En 2010 se creó la Articulación Continental de Jóvenes, que impulsa a los jóvenes a incidir en la agenda política de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC - La Vía Campesina), cuyas asambleas reúnen entre 300 y 500 jóvenes de todo el continente. Además, los Institutos Agroecológicos Latinoamericanos (IALA), consolidados gracias a los esfuerzos de la CLOC, animan a la juventud campesina a regresar y permanecer en sus territorios, y les ofrecen herramientas para desarrollar procesos de autonomía.
La multiplicación de las IALA, y otras experiencias locales como las Escuelas Virtuales de Agroecología promovidas por el Movimiento Juvenil por la Agroecología y la Soberanía Alimentaria en Perú (Alsakuy), generan formas de aprendizaje contextualizadas y vivenciales que reafirman la identidad latinoamericana del proyecto agroecológico. En Brasil, el modelo de Pedagogía de la Alternancia, por el que los alumnos alternan periodos de estudio in situ y periodos de estudio en casa, ha sido importante para garantizar que generaciones de jóvenes apliquen su formación dentro de sus comunidades rurales. En Uruguay, la Red de Semillas Nativas y Criollas apoya la organización de instancias colectivas de jóvenes para fortalecer su participación activa en la construcción de la Soberanía Alimentaria y el desarrollo de la Agroecología. Cada año, desde 2016, grupos de la red organizan el Campamento Nacional de Jóvenes por la Soberanía Alimentaria. En estos encuentros se reivindica el acceso a la tierra, el retorno al campo, la autogestión del trabajo, la preservación de las semillas criollas y el aprender haciendo. Algunos de estos grupos llevan a cabo sus procesos en terrenos públicos pertenecientes al Instituto Nacional de Colonización.
Sin embargo, se trata de una excepción, ya que los jóvenes latinoamericanos no tienen acceso a la tierra. En la región fresera del subtrópico mexicano, por ejemplo, los agricultores menores de 35 años tienen que organizarse en equipos de cinco a quince personas para alquilar parcelas. Cada miembro contribuye a partes iguales con recursos y fuerza de trabajo, y así se reparten las cosechas; en algunos casos, emigran a otras regiones para vender su fuerza de trabajo.
Incluso en las ciudades, los jóvenes no están lejos de las agendas agroecológicas. En pasantías vivenciales y campamentos, los jóvenes urbanos se acercan a la producción en el campo y exploran la agricultura urbana sostenible, las redes de consumo como los Grupos de Consumo Responsable (GCR) o las Comunidades que Sostienen la Agricultura (CSA). La movilización de la juventud latinoamericana también fue importante durante el apogeo de la pandemia del Covid-19. En países como Argentina, Colombia, Chile, Perú y Brasil, lideraron proyectos de comidas comunitarias, huertos comunitarios, campañas solidarias y donaciones de alimentos.
Así, a pesar de las pocas garantías, los jóvenes latinoamericanos están reconstruyendo su relación con la agricultura. El horizonte agroecológico está movilizando procesos a través del desarrollo de proyectos que dicen buscar el bien común.
Fuentes:
Maia Guiskin (2019). Situación de las juventudes rurales en América Latina y el Caribe. CEPAL
Inegi y Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México. Encuesta Nacional Agropecuaria 2019
Una nueva generación de agricultores: la juventud campesina. Leisa vol. 27, n.° 1
José Luis Espinoza et al. (2013). Fincas agroecológicas en el bosque seco de Honduras. ANAFAE
Renata Pardo (2017). Diagnóstico de la juventud rural en Colombia. RIMISP
La Via Campesina (2019). “Juventud del campo: la apuesta por la formación y la participación”
Vivian Diaz (2017). “Ser mujer, ser joven, ser rural”. El Desconcierto
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